El Acontecimiento Guadalupano
hecho vida y oración

Sugerencias para una Novena

Prólogo

 

La presente obra del P. Leandro H. Chitarroni, que elaboró su Tesis Doctoral en Educación examinando a Nuestra Madre Santísima de Guadalupe no como sería usual, es decir como Madre de Dios y Nuestra, sino como educadora, como maestra, es decir, examinando qué y cómo hizo Ella para hacerse entender, instruir y formar a discípulos tan problemáticos como fueron, al momento de su encuentro-choque inicial, nuestros padres indios y españoles.

El presente libro no es esa tesis sobre pedagogía, sino un producto de ella inspirado en la piedad, o sea el Acontecimiento Guadalupano hecho vida y oración. Se trata, pues, de una obra que no resulta muy fácil de definir ni catalogar, no porque le falten méritos, sino por lo contrario, porque es sumamente rica, al conjuntar ternura y devoción, con fundamentación y solidez.

 

Se trata de una “Novena”, o sea que, de suyo, puede adscribirse al género de la literatura piadosa que, de hace siglos, usan los fieles para prepararse a alguna fiesta importante o para implorar de Dios algún favor especial. Está, por supuesto, enfocada a fomentar la devoción a la Virgen de Guadalupe y a San Juan Diego Cuauhtlatoatzin, objetivo que logra plenamente, a base de ir recorriendo, en nueve días, los protagonistas, las acciones y los aspectos esenciales del milagro del Tepeyac. Pero, al realizar lo anterior, brinda no sólamente un cálido y filial acercamiento a Ella y a su mensajero, y un aprecio por los otros que intervienen en dicho suceso, sino también una concisa información de carácter histórico y científico sobre cada aspecto y tema.

Como el mismo autor explica, cada uno de los días del novenario sobre las apariciones

 

“...se fundamenta en el Nican mopohua (en castellano significa “Aquí se narra”), que es el relato que las cuenta, [...] cuyo texto distribuimos y vamos leyendo en cada jornada, [...incluyendo] explicaciones de su sentido profundo. [...] A continuación, desprendemos, partiendo […del mismo], ruegos de gratitud y petición, a los que nos abre en nuestro hoy lo que el relato nos dice. Vinculado a lo anterior, proponemos intercalar momentos para compartir comentarios o interrogantes, tiempos de silencio y de canto, como así también la realización de gestos de veneración, súplica o consagración y de obras de misericordia.".

 

De modo que, junto con la instrucción y la plegaria, también sugiere iniciativas concretas, oportunas y pertinentes, que permiten llevar a la práctica el refrán castellano de “a Dios rogando y con el mazo dando”, al propiciar el aprovechamiento del impulso que desata el tópico de cada día, para impulsar a realizar acciones relacionadas con él, para, en definitiva, vivir hoy el acontecimiento guadalupano.

 

Su simple lectura podría ser de gran utilidad, pero está demostrado, por la experiencia de gentes y comunidades que han asumido esta propuesta en su totalidad, que además de lo ya señalado con anterioridad, resulta un excelente medio para animar a transitar caminos, junto con Nuestra Madre y sus embajadores dignos de confianza, hasta el logro de una evangelización inculturada, es decir, para intercompenetrar con el Evangelio lo propio y diario de “...todos los que en esta tierra estamos en uno y [lo de] las demás variadas estirpes de hombres...”.

 

Entre esas experiencias de gentes y comunidades que ya se han servido de esta Novena, la más significativa es quizá que el Cabildo de la Basílica de Santa María de Guadalupe, consciente de su responsabilidad de que este gran milagro se de a conocer y se presente ante el mundo, “…no sólo como un ejemplo de evangelización perfectamente inculturada, sino como posible respuesta a graves problemas de solución humanamente imposibles”, adoptó los temas de esta Novena para su propio “Solemne novenario en honor de Nuestra Señora de Guadalupe” de 2006. Año importante, por tratarse del 475 aniversario de las Apariciones e inicio de una preparación conciente para el año 2031, en que se cumplirá el quinto centenario de las mismas.

 

En el mismo año, con anterioridad, la estación televisiva María Visión, que tiene alcance continental, la difundió a partir del 30 de agosto, día de Santa Rosa de Lima. Se hizo con la intención de rezarla y terminarla el día 8 de septiembre, Natividad de Nuestra Madre, y así ofrecerle a Ella un regalo de cumpleaños.

 

 

Mons. Diego Monroy Ponce
Vicario General de Guadalupe y
Rector del Santuario

 

 

 

 

Introducción

“...La aparición de María al indio Juan Diego en la colina del Tepeyac, el año 1531, tuvo una repercusión decisiva para la evangelización. Este influjo va más allá de los confines de la nación mexicana, alcanzando todo el Continente. Y América, que históricamente ha sido y es crisol de pueblos, ha reconocido ‘en el rostro mestizo de la Virgen del Tepeyac, [...] en Santa María de Guadalupe, [...] un gran ejemplo de evangelización perfectamente inculturada’.

[...Dicho rostro] fue ya desde el inicio en el Continente un símbolo de la inculturación de la evangelización, de la cual ha sido la estrella y guía. Con su intercesión poderosa la evangelización podrá penetrar el corazón de los hombres y mujeres de América, e impregnar sus culturas transformándolas desde dentro”

Ecclesia in America, n. 11 y 70

 

 

 

Sentido y Recomendación

A continuación, en el texto principal, se cuentan y comparten momentos, intensidades y reflexiones que han marcado el trayecto vital de un servidor y han desembocado en esta propuesta y en parte de lo que él, humildemente, siente y piensa ante ella y sus posibilidades.

Se recomienda considerarlo, en tanto y en cuando, pudieran favorecer un mayor aprovechamiento y fecundidad existencial de la Novena que se ofrece. Así también, el tener en cuenta o no, los fundamentos y profundizaciones que se presentan en las abundantes y densas notas al pie y en el apéndice, que para los fines de la presente obra, nos parece que, al igual que lo anterior, tendrían que leerse sólo a la luz de su corazón piadoso y en la medida en que ayudaran al mismo.

Las citas que se destacan en las páginas con diseños gráficos o con títulos principales, y los esquemas y cuadros con sus síntesis, que distribuimos y presentamos a lo largo de todo el libro, pretenden facilitar e incentivar tanto el hacer vida, como el uso y entendimiento de la plegaria sugerida.

 

 

 

 

María y los pobres, educadores en la oración y en el diálogo

Hoy se percibe intensamente la necesidad del cultivo de seres comunitarios y personales más amables. Ante pretensiones o indiferencias exclusivistas, excluyentes y/o egoístas de diversos fanatismos, creciendo en el diálogo, estamos llamados a poner al servicio del bien común, las afinidades y simpatías que definen nuestras comunidades y personas. Así también, en el caso de los que profesamos alguna religión, el conjunto de creencias o sentimientos que tengamos acerca de la divinidad, las normas morales para la conducta social e individual que manifiesten lo que somos a la luz de dicha fe, y las prácticas rituales con que celebramos todo lo anterior.

 

En el caso de los católicos, es conveniente recordar además, que consideramos

 

“...que ‘la Iglesia no tiene el monopolio de los signos del Reino, y que, por lo tanto, el diálogo no es sólo una condición previa necesaria a la misión, sino una dimensión interna de la […misma]’ [...que] no tiene solamente su justificación en el respeto a la libertad religiosa del otro, [...] sino sólidos fundamentos teológicos".

 

Se trata pues para nosotros de un diálogo de salvación, a concretar por lo que nos acerca o distancia con los demás, en el buscamos festejar y aproximarnos a una Verdad que trasciende cualquier parcial punto de vista. De un diálogo inherente a nuestra vocación, pero que, en las actuales circunstancias, estamos especialmente interpelados a ser y a vivir; tal vez más que nunca, para que, dejándonos conducir por él, como Pueblo de Dios, como Pueblo de y entre pueblos y naciones, realicemos nuestra donación, ofrenda y comunicación de la Buena Noticia.

 

Concretando de esta forma, nuestro servicio evangelizador, estaremos atentos a dar lugar a la manifestación de cada particularidad colectiva o singular con la que interactuemos, y a ser compañeros de todos, sean como sean y piensen como piensen. Atentos, entonces, a tratar de aumentar nuestra capacidad de mirar bien al otro y a lo ajeno, de entender la diversidad como ocasión de mejoría general, y de fomentar sanas y enriquecedoras vinculaciones de mestizaje entre los distintos. Bien despiertos para asociarnos especialmente a los que se esfuerzan en edificar felicidad y siempre más ocupados en nuestra propia conversión que en demandas a los demás.

 

Es así, nos parece, cómo la Iglesia, siempre llamada a ser y significar un surco de eternidad en la historia, siendo lugar de encuentro con Dios y con los hermanos, para fraguar la integración y comunión universal, debe colaborar en este presente a la consolidación de las diversas identidades. Pero animándolas, en su peculiar asimilación del Evangelio y de los avances de hoy, y en consecuencia con lo explicitado, a afirmarse y a reconocerse en su conexión con las diferentes y por su mediación.

 

En tal sentido y para crecer en lo anterior, la interrelación cotidiana, en la profundidad de la contemplación y oración, con María y con los pobres, es posibilidad a veces no suficientemente valorada. Participando y estando con ellos, en diversas situaciones, podemos aprender a identificarnos más como Cuerpo de Cristo, en los hechos y actitudes, con nuestra Cabeza, con Jesucristo. Dejándonos enseñar por la fe vivida de Nuestra Madre y de los más sencillos, por su humilde apertura al prójimo y al Espíritu, seremos sin duda educados en la capacidad de abajarnos al modo del Salvador. Requisito necesario e imprescindible, sin duda, para evangelizar colaborando al logro de un sano clima solidario, fraterno y plural.

 

Por regalo de Dios, lo antedicho, lo he vivenciado, y lo sigo haciendo, de modo muy agudo y permanente. Y sin pretensiones de absolutizar este limitado testimonio personal, al saber y reconocer que los senderos del Señor son insondables, con la misma honestidad, afirmo sí, con toda certeza, que hasta dónde puedo ver, casi todas las veces, por no decir todas, “no sabemos”, y el testimonio de Nuestra Reina y de los hermanos más sufridos, pacientes y bienaventurados nos muestra el rumbo a seguir.

 

Los pasos de mis días cambiaron caminando en noches de verano, con gente simple y con Ella (siendo los pies de su Imagen), desde Villa Ramallo hasta el Santuario de Nuestra Señora de Luján. “¡Madre -decía en mi interior-¿cómo esta gente te canta, te reza el rosario y otras oraciones, te baila y te hace danzar, y yo no sé ni quién sos, ni por qué estoy acá?...!”. No me daba cuenta, pero ellos, María y sus hijos más necesitados, me estaban contagiando su específico modo de avanzar, su plegaria, su oración. Me estaban, de alguna forma, “pariendo” hacia otro horizonte al constituirme peregrino; y ese “nacimiento”, “por gracia divina”, he intentado prolongar, tratando siempre de dejarme instruir por la Virgencita y por la oración total del Pueblo de Dios, magistralmente condensada y expresada, por los más humildes, por los que aparentemente nada valen, ni saben.

 

En la continuidad de esa maternidad y educación recibidas, me ha movido particularmente en estos días, a la confección y difusión de esta obra y su propuesta, el ejemplo y enseñanza de nuestros hermanos bolivianos y descendientes de bolivianos, residentes en la localidad de San Nicolás de los Arroyos. Los mismos, rezando juntos y constantemente diversas novenas, nos muestran con gran fervor, cómo ellas se constituyen en una oportunidad adecuada para crecer, al mismo tiempo, como Pueblo de Dios y como particular comunidad. En un ámbito de muchísimo provecho, al ser un concreto espacio de encuentro con “lo Otro” y con los otros, para darle cuerpo a Cristo desde la propia identidad, en la fidelidad y recreación de lo recibido o heredado, y en su intercambio con lo que procede de otras memorias o tradiciones.

 

Gracias a ustedes mis queridos hijos, hermanos y amigos de las comunidades de Nuestra Señora de Urkupiña, de Nuestra Señora de Copacabana y del Niño Dios que, entre nosotros, ejercitan esta práctica de nuestra Iglesia Católica de propagar una devoción, en forma pública o privada, durante nueve días. Ritual ancestral en el que ustedes viven y concretan, aquí y ahora, asumiendo las novedades, el sentido sobrenatural y primero en el que intuitivamente se afirma y descansa su vida, su entrega generosa y sin reservas en favor de los intereses de Dios y del prójimo. Y, en él y por su mediación, nos muestran un carril cierto, tanto a nivel macro social como eclesial, de cómo crecer abiertos a lo de los otros pueblos, conservando y labrando, empapada de Buena Noticia, la propia cultura o modo de ser común.

 

Práctica y ritual muy pío, ejemplo nítido de fe hecha historia, que desemboca en preciosas y danzadas procesiones y fiestas, y que nos reafirma también en esa vital convicción que el pueblo argentino, gracias a Dios, comparte con el de ustedes, con el de México y con el de toda Latinoamérica: es sumamente importante hablar con la “Mamita” y celebrarla, expresándole nuestra gratitud por darnos al “Niñito” y porque siempre nos escucha. Convicción común entonces, que nos anima a buscar modos y a participar en momentos adecuados, con el fin de alimentar esa comunicación y conversación con la Madre que nos alcanza al Salvador; y que, por lo mismo y como Maestra, nos contagia su ser y educa, para que podamos actualizar y expresar el misterio de su Hijo, en el diálogo con los hermanos y desde nuestras peculiares raíces y circunstancias.

 

 

 

 

Una Buena Noticia, muchos pueblos

O
jala que tanto como Pueblo de Dios como a nivel personal, compartiendo la vida con Nuestra Madre y sus hijos más pobres y sencillos, dejándonos educar por Ella y ellos, cada vez más participemos de su sabiduría; y que guiados por la Palabra que el Señor nos dirige por su medio, seamos capaces de impregnar con el Evangelio a los diferentes pueblos.

recuadro

 

Que siendo capaces de suscitar la irrupción de la novedad, fecundación y orientación permanente del mensaje de Cristo, sin pretender imponer, asociada al misterio inagotable de la Palabra y Persona del Salvador, una determinada forma cultural de vivirla y expresarla; demos lugar al encuentro, intercompenetración y enriquecimiento mutuo entre cada particularidad y la única Buena Noticia.

 

 

 

 

 

Una propuesta para aprovecharla

 

Se constituye entonces también, la maternidad, proceder y deseo de Nuestra Madre de Guadalupe y la obediencia de Juan Diego, en una posibilidad y modelo de inculturación del mensaje cristiano, en cualquier época y sitio, que puede existencialmente orientarnos a colaborar a la armonía general, ofreciendo mejor a todos los pueblos el único Evangelio. Que puede ayudarnos a extender, con la eficaz pedagogía que nos muestran Ella y los receptores de su visita, las raíces del Pueblo de Dios en los diferentes suelos culturales. Diversificando de esta forma la experiencia cristiana, según las potencialidades de cada uno de ellos, y fecundando a la vez las riquezas intrínsecas de dichos suelos, al proponerles y propiciar su intercompenetración con Cristo.

 

Con tal incentivo y su consecuente motivación, como resultado de las vivencias y reflexiones que especificábamos -hace ya un tiempo- en la Parroquia Nuestra Señora de Guadalupe y Santa Rosa de Lima (de la ciudad y querida Diócesis de San Nicolás de los Arroyos), en un intento concreto por dejarnos educar por Nuestra Madre y los más sencillos, por la Amada Niña Celestial y sus “Juan Diegos”, por su integral, inculuturada e inculturante palabra y proclamación, comenzamos a hacer experiencia de este novenario que hoy podemos imprimir.

 

Es libro de oración, fruto de años de plegarias e investigaciones comunitarias y personales, que sale a la luz luego de varias etapas de trabajo y ante la amable y valorada solicitud de amigos y conocidos. Sin ese estímulo y aliento, esta Novena, tal vez nunca hubiera sido difundida de este modo, pues varias veces hemos sentido la tentación de claudicar ante la enorme dificultad que implicó cada instante de su escritura. Parecía que nunca se terminarían de armonizar, al menos provisoriamente como ahora, sus partes y contenidos.

El hecho de esta publicación, es también una oportunidad de reconocer, una vez más, la ayuda y enseñanzas recibidas por parte de muchísimas personas, que Dios, en su Providencia, me regaló conocer a lo largo de los años. Sin su generosidad, hospitalidad, consejo y colaboración intelectual, jamás hubiera podido concretar este aporte, como así tampoco, en su momento, los estudios que lo sustenta.

 

Ponemos de esta forma, al servicio, un instrumento de probados resultados entre las comunidades en las que ya hemos podido compartirlo, que permite enamorarse o enamorarse más, en la imitación y en la oración, de lo que Nuestra Señora de Guadalupe y San Juan Diego Cuauhtlatoatzin iniciaron y siguen haciendo desplegar. Ojalá que pueda ser de ayuda también en otros lugares, con el fin suplicar y recibir las gracias suficientes y eficaces, para encarnar lo que nos comunican Nuestra Madre y sus embajadores dignos de confianza; y, de este modo, posibilitar una comprensión más honda del siempre actual acontecimiento guadalupano.

 

Se trata de una propuesta que, considerada en su conjunto y desde una terminología pedagógica, podemos describirla como una auténtica aula taller. La distribución y organización temática de los nueve días podría servir como base para ordenar no sólo transmisiones en contextos informales (fuera de los sistemas educativos oficiales y sean sistemáticas o no), sino también hasta para crear una Cátedra Guadalupana, de cualquier nivel de educación formal, incluso el universitario (de grado o posgrado).

Con mucha esperanza, presentamos entonces este material no cerrado, de vida y oración, implorando sea un medio que colabore a abrirnos más y más, a una existencia y pedagogía profundamente arraigada e inspirada en el don de Dios, en la visita de la Virgen, en el testimonio de los más pobres y en el ser su Pueblo entre pueblos. Ojalá que en nuestra vinculación con Nuestra Señora de Guadalupe, con San Juan Diego Cuauhtlatoatzin y con todos nuestros hermanos más pequeños, aprendiendo de ellos, podamos aproximarnos a ser diálogo total, que es el piso común y el camino de realización de todo lo anterior.

 

 

 

 

 

Historia de Salvación y la pedagogía del Tepeyac

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El acontecimiento evangelizador, en cuanto hecho educativo, plasma y se sustenta en un modelo pedagógico. Quiera Dios que en este tiempo, para vivir más lúcidamente nuestra vocación y servicio evangelizador, nos dejemos penetrar por la pedagogía del diálogo de Nuestra Madre de Guadalupe y sus “Juan Diegos”. Que las intuiciones y búsquedas, modos de estar y de ser, de actuar y de proceder, de Ella y sus mensajeros, nos enseñen a todos y cada uno, a hacer presente en la historia, desde nuestra particular cultura y como pueblo, al Amor Eterno y Misericordioso y a su designio salvador.

 

 

 

 

Al corazón de las culturas y personas, plegaria de la visita de Nuestra Madre de Guadalupe

 

"En nuestros pueblos, el Evangelio ha sido anunciado, presentando a la Virgen María como su realización más alta. Desde los orígenes -en su aparición y advocación de Guadalupe, María constituyó el gran signo, de rostro maternal y misericordioso, de la cercanía del Padre y de Cristo con quienes ella nos invita a entrar en comunión. María fue también la voz que impulsó a la unión entre los hombres y los pueblos. Como el de Guadalupe, los otros santuarios marianos del continente son signos del encuentro de la fe de la Iglesia con la historia latinoamericana”

Documento de Puebla, n. 282

 

 

 

 

 

Partes y modo de uso

 

Es así entonces que ofrecemos este conjunto de sugerencias para ser parte del suceso del Tepeyac, a la vez que lo contemplamos en jornadas sucesivas.

El propósito e idea es, en consonancia con lo ya enunciado, transitar, de esa manera, un recorrido de vital apropiación y conocimiento

 

Que nos oriente y permita entrar y comulgar más y más, con creciente sagacidad, de toda su dinámica de diálogo, de afirmación propia en la apertura al diferente y de inculturación, que rezaremos y desarrollaremos. En un itinerario que nos impulse, al comenzar el tercer milenio, a redescubrir y recrear sus enseñanzas, aprovechándolas para vivir más lúcidamente nuestra identidad, acontecer y servicio como Pueblo de Dios.

 

Cada uno de los días de este novenario de las apariciones de Nuestra Señora de Guadalupe, se fundamenta en el Nican mopohua (en castellano significa “Aquí se narra”), que es el relato que las cuenta y es considerado su más autorizada descripción en escritura fonética. El indio Don Antonio Valeriano es el autor de esta auténtica joya literaria y verdadero relato, que nos presenta la visión indígena de los hechos originarios de dicha visita (ocurridos entre los días 9 y 12 de diciembre de 1531 en México) y sus consecuencias inmediatas (y permanentes, en cuanto siguen ocurriendo).

 

En torno a esta historia, cuyo texto distribuimos y vamos leyendo en cada jornada, incluimos explicaciones de su sentido profundo. Al leer o comentar las mismas, es conveniente partir de mostrar como es posible escuchar o leer lo mismo, en la escritura con glifos o dibujos, que es la Imagen-Códice, no pintada por mano humana, de Nuestra Madre de Guadalupe. Ojalá, próximamente y para facilitar la implementación de dicha recomendación, podamos costear una edición con fotos y gráficos a color, que nos permitiera insertar lo anterior en el corazón de este libro. Es que es realmente conmovedor e impresionante, lo hemos comprobado fehacientemente, lo que suscita y provoca en los participantes de la plegaria la evidencia de dicha vinculación.

 

A continuación desprendemos, partiendo de ese explicitado sentido profundo de las apariciones, ruegos de gratitud y de petición, a los que nos abre en nuestro hoy lo que el relato nos dice. Vinculado a lo anterior, proponemos intercalar momentos para compartir comentarios o interrogantes, tiempos de silencio y de canto, como así también la realización de gestos de veneración, súplica o consagración y de obras de misericordia.

 

Veremos que el texto del Nican mopohua y la serie de propuestas de acción, bien concretas, para hacerlo historia en este tiempo, es lo que se quiere enfatizar, lo más importante, y por eso se presentan recuadrados. Se busca colaborar a que la devoción sea realmente la entrega y ofrenda de nuestro ser y voluntad a la de Dios, y no un mero momento aislado e individualista de concentración sólo intelectual. Se busca incentivar a hacer camino, como comunidad, desde la fe, la esperanza y la caridad, para embellecer y perfeccionar, modos de ser, vocaciones, posibilidades y ocupaciones, ya sean colectivas o de alguien en particular. Todo intenta, en congruencia con lo ya enunciado en esta obra, que nos dejemos y las dejemos empapar, contagiar lo más posible, en la interrelación con Nuestra Señora de Guadalupe y sus “Juan Diegos”, por el modelo de Ella y de ellos; es decir, por un tipo humano, pedagógico y eclesial, de amor, donación y dignificación, vigente y desafiante, con tanta relevancia para este tiempo, como sencillo, efectivo y emocionante.

Sin duda, lo sugerido para cada día se constituye en un conjunto de elementos o instrumentos, que pueden o no tomarse en su totalidad, o asumirse o desplegarse por partes, en novenarios o jornadas de diferentes meses. De la misma manera, cada momento, gesto o acción propuesta, puede redistribuirse y concretarse de diferentes formas, o ser reemplazado por otros más acordes a cada circunstancia; bien sea que se rece esta Novena en forma grupal o personal, dentro de la Santa Misa o asociada con el Santo Rosario, o cómo a cada uno se le ocurra que pueda ser más conveniente su realización, según el específico contexto en que se la utilice. 

 

Ojalá que este material sea críticamente recibido y reinterpretado por diversos miembros del Pueblo de Dios, que seguramente lo podrán mejorar mucho. En todo caso, siempre serán necesarias decisiones prudenciales, vinculadas o no con las ya mencionadas, que en cada situación cultural, y para que no se contradiga lo que el mismo expresa, lo adapten y lo hagan pastoralmente más fecundo. Quiera Nuestra Madre también, que nos compartan o lleguemos a conocer, al menos algunas de esas decisiones y experiencias, para poder también hacer crecer con ellas nuestras praxis y modos de ser.

 

 

 

 

Sugerencias para recibirla, vivirla y rezarla hoy

 

Nuestra Señora de Guadalupe, que participa su ser, proceder y aspiración a todos los que se vinculan con Ella, a sus “Juan Diegos”, se manifiesta capaz de asumir los diferentes pasados de sus interlocutores, de releerlos sin traicionarlos y armonizándolos en el presente, para ponerlos al servicio de la construcción conjunta de un nuevo destino humano-divino.

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La revolucionaria visita de la Virgen Morena, que se prolonga hasta nuestros días, se inicia en el siglo XVI. La historia de sus apariciones del año 1531 es narrada por el texto Nican mopohua. A continuación, hacemos una propuesta que, fundamentada en dicha historia, nos ayude a ser parte de ella; es decir, a recibir las gracias de encarnarla, de ser sus instrumentos y de hacerla plegaria hoy. Imploremos pues la fuerza que viene de lo alto para que podamos hacer existencia propia, en cada uno de nuestros pueblos y comunidades, el milagro guadalupano.

 

 

 

 

NOVENARIO

 

Primer día:
las apariciones de Nuestra Señora de Guadalupe, de la incomprensión al encuentro entre pueblos diferentes.

 

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Mientras rezamos la siguiente oración, podemos encender una vela a Nuestra Señora de Guadalupe y a San Juan Diego Cuauhtlatoatzin.

Dios te salve María, llena eres de Gracia, el Señor es contigo, bendita Tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.

Santa María, Madre de Dios y Madre Nuestra, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén

 

 

A continuación, leemos o proclamamos el resumen con que se inicia el Nican mopohua o historia de las apariciones de Nuestra Señora de Guadalupe.

 

Aquí se cuenta, se ordena, cómo hace poco, milagrosamente se apareció la Perfecta Virgen Santa María Madre de Dios, Nuestra Reina, allá en el Tepeyac, de renombre Guadalupe.

Primero se hizo ver de un indito, su nombre Juan Diego; y después se apareció su Preciosa Imagen delante del reciente Obispo Don Fray Juan de Zumárraga

 

Podemos leer el comentario que sigue, en su totalidad o en parte, para ir viviendo y comprendiendo más profundamente tan milagrosa historia. En este primer día proponemos el especial punto de vista, desde el cual apropiarnos existencialmente y rezar, a lo largo del novenario, de todo lo que nos irá diciendo el Nican mopohua.

 

Nuestra Señora de Guadalupe visita México y concreta un milagro de evangelización inculturada. Ella se manifiesta escuchando y respondiendo desde el lugar de sus interlocutores, asumiendo integralmente el modo de ser y situación de cada uno de ellos. Origina así acciones obedientes que suscitan progresivamente el protagonismo generalizado de todos los demás. De ese modo, un par de personas son sus mensajeros y una el primer destinatario de su pedido; algunos se ofrecerán para edificar la ermita que la Virgen solicita y, luego, la totalidad de los habitantes de la ciudad, sin faltar nadie, irán a admirarla, a estar con Ella y a formar parte de su acontecimiento.

 

El diálogo es entonces el camino que la Virgencita utiliza para comunicar y conducir a concretar todo su mensaje de vida, para hacer superar una situación de mutua incomunicación entre dos pueblos. Para animarlos a dejar atrás un conjunto de interrelaciones sociales muy conflictivas; una coyuntura histórica de mutua incomprensión y sin posibilidad humana de solucionarse. Es que indios y españoles, sumamente fieles a sus respectivas religiones, que ocupaban el centro de sus mundos, y precisamente por esa centralidad y heroica fidelidad existencial y buena fe, no podían llegar a un punto de encuentro.

 

Pero Nuestra Señora de Guadalupe, integra en sí misma y hace unir con su intervención, sus modos de ser y fidelidades, sus consecuentes conductas y cosmovisiones, que no podían dejar de desencontrarse. Ella, milagrosamente, afirma, asume, superpone y hace crecer actitudes, vivencias, signos y conocimientos previos de orden religioso propios de ambos pueblos, conciliando lo antiguo de cada uno con la novedad que le presentaba el otro. Sin herir la sensibilidad del exclusivista catolicismo español, que no aceptaba nada que no fuera su modo específico de entender, expresar y practicar la religión, y adaptándose perfectamente al pluralismo indio, que admitía cambios, crecimiento y aportes de otros en lo religioso, aunque con la condición de que se conservara lo anterior. Americanos y europeos, de modo diferente pero en la continuidad y consumación de sus creencias previas, vieron en Ella a la Madre de su Dios de siempre y de todos los seres humanos.

 

La Señora se aparece en el cerro del Tepeyac, sitio donde ancestralmente los indios habían venerado a esa mujer tan especial. Y lo hace, plenificándolos y poniéndolos al servicio de su manifestación y del anuncio del Evangelio, los positivos sentidos maternos prehispánicos que implicaba ese lugar; sentidos muy valiosos, ya presentes entonces en estas tierras, antes de la llegada del cristianismo. 

 

De inmediato también, ante la estampación de Nuestra Señora de Guadalupe, Fray Juan de Zumárraga y sus ayudantes reconocerán, en la Sagrada Imagen impresa en la tilma de Juan Diego, a la Madre por excelencia. Vieron en Ella a la Inmaculada, a la Mujer descripta por el libro del Apocalipsis, y luego también, al conocer su nombre, a la que se llamaba igual que la Patrona de Extremadura, que era la patria de Cortés y de la mayoría de los conquistadores.

 

De este modo la Virgencita, siempre capaz de recibir y comunicar a Jesús, encarnó y comenzó a desencadenar en ese momento y con su visita, una doble inculturación del Evangelio, concretándola Ella misma y suscitando que todos sus interlocutores la vivieran, desplegaran y continuaran. Impresiona hoy cómo Ella, que sigue presente y obrando de modo semejante, tiene una capacidad de diálogo y comunicación que trasciende dicha época, sigue produciendo las mismas consecuencias y es siempre actual.

 

Reviviremos entonces en esta Novena, cómo Ella se apareció a San Juan Diego Cuauhtlatoatzin y a su tío Juan Bernardino y, con posterioridad y en su Imagen Sagrada, al obispo Zumárraga y a todos los habitantes de la ciudad (en nuestros días, podemos decir, del mundo). Contemplaremos de qué manera, en el año 1531, devolvió la fe y la vida a los indios y, al mismo tiempo, fecundó los mejores deseos y esfuerzos de los misioneros europeos. Esfuerzos casi estériles hasta ese momento, en comparación con lo que Ella causa, al provocar que los naturales del nuevo continente se bautizaran en forma masiva. Meditaremos de esta manera, cómo la Amada Reina, con su persona y proceder, tal como lo sigue haciendo, armonizó y plenificó lo mejor de las culturas, credos y aspiraciones de todos sus hijos.

 

Y lo reviviremos y rezaremos, suplicando a la Virgencita, a la vez mexicana y de todos, que nos contagie ese modo de hacerse presente y de actuar, que superó todas las actitudes terrenas de hace casi V siglos, que recién comenzamos a comprender y que Juan Pablo II nos propuso como modelo para ser Iglesia hoy.

 

Se sugiere emplear algunos minutos para orar y meditar, en forma personal e interior, lo que hemos leído recién. Luego, podrían decirse o pronunciarse las plegarias que siguen.

 

Madre, gracias porque te acercas a nosotros, respetando y asumiendo los modos de ser y de entender de nuestros pueblos, su historia y tradiciones, para a la vez enriquecerlas y saciar nuestra sed de Dios y de vida. Concédenos, por favor, dejarnos animar por tu manera de obrar; regálanos crecer en la imitación de tu ser y originar diálogo.

Gracias porque con tu milagrosa visita a América y al mundo, nos llenas de esperanza, pues nos das la certeza de que nuestras fuerzas humanas no están solas en la búsqueda de un futuro mejor; sino que contamos con la intervención de tu Hijo en la historia. Y nos enseñas que nuestro servicio, acción y palabra para mostrarlo a Él, a Jesucristo, y lograr lo anterior, tienen que asumir integralmente la realidad profunda y circunstancial de nuestros interlocutores. Y que estamos llamados a dialogar, amando la cultura y el modo de comprender y expresarse de aquellos que nos escuchan, para hacer nuestro anuncio en respuesta a sus concretas necesidades, búsquedas y demandas.

 

Querida Virgencita, haz entonces que vivamos tu pedagogía y la de San Juan Diego. Haz que nos dejemos enseñar por aquéllos a quiénes tenemos que anunciar la Buena Noticia de Jesús, especialmente los más sencillos, considerando y haciendo crecer todo lo bueno que tengan, sin jamás pretender extirpar o anular nada de lo ya sembrado por Él. Por favor, que demos lugar al desarrollo de sus realidades positivas y a la responsabilidad y actividad de los diferentes grupos humanos, para que podamos encarnar el Evangelio en cada comunidad. Y que sepamos entonces recibir y compartir maternalmente la Palabra de Dios, dando lugar a la inculturación de la fe por el protagonismo del pueblo.

 

Danos de esta forma la gracia, Madre, de parecernos a Ti, de ser capaces de abrirnos a lo de los demás, a lo de los diferentes de nosotros, y ante las novedades que nos aporta su epifanía o manifestación, de redescubrir, renombrar y hacer crecer propias y ajenas experiencias, gestos y sentidos religiosos previos. Así podremos conservar y aprovechar, al mismo tiempo que las fecundamos en el diálogo, tanto las diversas raíces culturales, como los distintos tesoros de lo creído y vivido por la Iglesia. Podremos lograr que la Buena Noticia llegue a tocar e impregnar a cada  pueblo, que “Jesús sea su cabeza, su corazón y su pulso” y que cada uno de ellos, miembro diverso de su Cuerpo, manifieste, revele y comparta, desde su peculiar identidad, el misterio inagotable del Salvador.

 

En nuestras tareas evangelizadoras, danos obrar con esta buena fe y disimula los límites de nuestras acciones y concepciones. En todo caso, haz que nuestras miopías y errores en contra del diálogo y de todo lo bueno que él provoca, no afecten los anhelos del Señor, y las sanas aspiraciones y deseos de la gente.

 

Partiendo de todo lo anterior, se puede dar lugar a comentarios o a preguntas de viva voz. Otra posibilidad es que, cada uno, recuerde o anote las apreciaciones o interrogantes que se le van ocurriendo, para luego compartirlas o buscar su respuesta. 

 

En un momento de silencio y de encuentro entrañable con Nuestra Señora de Guadalupe y con San Juan Diego Cuauhtlatoatzin, suplicamos la gracia de que todas las comunidades, familias y habitantes del mundo podamos crecer en la capacidad de diálogo.

Especialmente encomendamos a nuestra Iglesia, para que en nuestro servicio a Dios y al género humano, aprendamos a dialogar, más y mejor, con todos los pueblos, tradiciones y personas. También les solicitamos su ayuda para poder colaborar a resolver alguna situación, cercana a nosotros, de incomunicación o incomprensión. En este silencio, agradecemos y pedimos además, por intercesión de Nuestra Madre y de su mensajero, lo que nos parezca oportuno.

 

 

Como un signo de que consagramos nuestros pueblos y personas para que se haga en todos y cada uno de nosotros el plan de Dios, mientras cantamos o leemos en voz baja la letra del poema que está a continuación, podemos pasar a ofrecer una flor a Nuestra Señora de Guadalupe y a San Juan Diego Cuauhtlatoatzin y/o a tocar o besar sus imágenes.

 

Desde el cielo una hermosa mañana (2 veces),
la Guadalupana, la Guadalupana, la Guadalupana bajó al Tepeyac (2 veces).

Suplicante juntaba sus manos (2 veces)
y eran mexicanos y eran mexicanos y eran mexicanos su porte y su faz (2 veces).

Su llegada llenó de alegría (2 veces),
de luz y armonía, de luz y armonía, de luz y armonía todo el Anahuac (2 veces).

Junto al monte pasaba Juan Diego (2 veces)
y acercóse luego y acercóse luego y acercóse luego al oír cantar (2 veces).

Juan Dieguito, la Virgen le dijo (2 veces):
“este cerro elijo, este cerro elijo, este cerro elijo para hacer mi altar” (2 veces).

Y en la tilma entre rosas pintada (2 veces),
su imagen amada, su imagen amada, su imagen amada se dignó dejar (2 veces).

Desde entonces para el mexicano (2 veces),
ser guadalupano, ser guadalupano, ser guadalupano es algo esencial (2 veces).

En sus penas se postra rezando (2 veces)
y eleva sus ojos y eleva sus ojos y eleva sus ojos hacia el Tepeyac (2 veces).

 

Para finalizar rezamos la siguiente oración o alguna otra que se considere apropiada.

 

Dios, Padre de misericordias, que constituyes y edificas a tu Pueblo por la visita y bajo el Amor de Nuestra Santísima Madre de Guadalupe, concédenos por su intercesión, ser una comunidad fervorosa en la fe, la esperanza y la caridad, abierta a los diferentes modos de ser y enriquecida por ellos. Una Iglesia cordial, capaz de dialogar con todos y de suscitar su protagonismo, que encarnando de este modo tu santa voluntad, y al sembrar así caminos de vida, fraternidad y felicidad, esté al servicio de impregnar de Evangelio el corazón de las culturas y de las personas.

Que la Madre de Jesús y Madre Nuestra nos eduque, y nos haga entonces un Pueblo de peregrinos y humildes embajadores suyos como San Juan Diego Cuauhtlatoatzin. Mensajeros muy dignos de confianza, que estando con Ella y haciéndola presente, aprendamos de los más pobres a recibir, buscar y compartir, la salvación y realidades divinas, desde nuestra particular tradición e identidad.

Te lo pedimos Padre, por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén.

 

 

 

 

 

 

Segundo día:

los indios, colapso cultural y feliz reconciliación con la propia historia.

 

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

 

Mientras rezamos la siguiente oración, podemos encender una vela a Nuestra Señora de Guadalupe y a San Juan Diego Cuauhtlatoatzin.

 

Dios te salve María, llena eres de Gracia, el Señor es contigo, bendita Tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María, Madre de Dios y Madre Nuestra, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.

 

A continuación, a una o a varias voces, leemos, proclamamos o representamos una parte de la historia de las apariciones de Nuestra Señora de Guadalupe.

 

Diez años después de conquistada la ciudad de México, cuando ya estaban depuestas las flechas, los escudos, cuando por todas partes había paz en los pueblos, así como brotó, ya verdece, ya abre su corola la fe, el conocimiento de Aquél por quien se vive: el verdadero Dios. En aquella sazón, el año 1531 a los pocos días del mes de diciembre, sucedió que había un indito, un pobre hombre del pueblo, su nombre era Juan Diego, según se dice, vecino de Cuauhtitlán, y en las cosas de Dios, en todo pertenecía a Tlatilolco .

Era sábado, muy de madrugada, venía en pos de Dios y de sus mandatos.

 

Y al llegar cerca del cerrito llamado Tepeyac ya amanecía.

Oyó cantar sobre el cerrito, como el canto de muchos pájaros finos; al cesar sus voces, como que les respondía el cerro, sobremanera suaves, deleitosos, sus cantos sobrepujaban al del coyoltototl y del Tzinitzcan y al de otros pájaros finos. Se detuvo a ver Juan Diego. Se dijo: ¿Por ventura soy digno, soy merecedor de lo que oigo? ¿Quizá nomás lo estoy soñando? ¿Quizá solamente lo veo como entre sueños? ¿Dónde estoy? ¿Dónde me veo? ¿Acaso allá donde dejaron dicho los antiguos nuestros antepasados, nuestros abuelos: en la tierra de las flores, en la tierra del maíz, de nuestra carne, de nuestro sustento; acaso en la tierra celestial?

Hacia allá estaba viendo arriba del cerrillo, del lado de donde sale el sol, de donde procedía el precioso canto celestial. Y cuando cesó de pronto el canto, cuando dejó de oírse, entonces oyó que lo llamaban, de arriba del cerrito, le decían: “JUANITO, JUAN DIEGUITO”.

 

Luego se atrevió a ir a donde lo llamaban; ninguna turbación pasaba en su corazón ni ninguna cosa lo alteraba, antes bien se sentía alegre y contento por todo extremo; fue a subir al cerrillo para ir a ver de dónde lo llamaban. Y cuando llegó a la cumbre del cerrillo, cuando lo vió una Doncella que allí estaba de pie, lo llamó para que fuera cerca de Ella.

 

Para ir viviendo y comprendiendo más profundamente tan milagrosa historia, se pueden leer o comentar, todas o algunas, de las siguientes explicaciones.

 

Rezamos en este día contemplando cómo Nuestra Señora de Guadalupe, antes de llamar a Juan Diego Cuauhtlatoatzin e invitarlo a ir cerca de Ella, ya le ha hablado y ha dialogado con él por medio del ambiente, presentando al Tepeyac como la plenitud y respuesta de todo lo anhelado por los de su raza. A tal punto que, antes de escuchar su palabra y de verla, el indio, que andaba buscando las cosas de Dios, en un tiempo de tristeza y de muerte para su gente, por la pretensión española de sustituirle sus creencias y costumbres prehispánicas, se pregunta lleno de alegría e interpretando desde todo lo que le han enseñado sus abuelos, si no ha llegado al cielo, al lugar de la vida y felicidad sin fin.

 

En ese momento, el más traumático de la historia de su pueblo, desde la sabiduría ancestral de su cultura, al escuchar el canto de pájaros finos, canto que era equivalente, según esa sapiencia, a voz divina, se da cuenta con claridad de que está ante el comienzo de algo verdadero y fecundo. Que está presenciando el inicio de una realidad fundamental, de un período de salvación, principio y origen de un mundo y de una sociedad nueva.

 

Al escuchar que lo llaman “Juanito, Juan Dieguito” (“Juantzin, Juan Diegotzin”), comprende inmediatamente que lo hace una mujer (en náhuatl el vocativo termina distinto según el sexo del que habla), que es cristiana (utiliza su nombre de bautismo), que lo quiere y estima mucho (emplea la terminación con el diminutivo, que connota para el indígena reverencia e inmenso cariño y, de ningún modo, menosprecio).

 

Es por todo lo anterior, que ese llamado le resulta sumamente atrayente, dignificador, y lo alegra al extremo. Siente claramente que su fe cristiana ya no implica contradicción, ni ruptura con sus raíces culturales y religiosas, sino reafirmación y enriquecimiento tanto de ellas, a las que no tiene necesidad de renunciar por el hecho de haber sido bautizado, como de las mismas personas de sus antepasados. El acontecimiento que comienza a protagonizar lo reafirma no sólo como cristiano, sino también como indio mexicano.

 

Y a la luz de este hecho guadalupano, todos los pueblos que ya estaban desde antes en el Anahuac, encontraron la posibilidad de seguir adelante, releyendo con mayor profundidad sus tradiciones, en esos nuevos y desconcertantes tiempos que vivían. Desconcertantes para los aztecas que habían sido derrotados por los españoles, y también, para las tribus que se habían aliado a estos últimos en la lucha. Es que todos los indígenas, los de uno y otro bando, habían peleado por fidelidad a su dios; y como resultado, experimentaban que él incomprensiblemente los abandonaba en manos de los recién llegados, a sus destructoras iniciativas para eliminarles toda su religión de siempre. Debido a esto, se sentían huérfanos sobrenaturales, y ese sentimiento los sumía en el caos total, al cuestionarse el valor de lo que a lo largo de su existencia siempre habían sido y vivido. Es que ellos nunca habían pretendido tal exclusivismo en tiempos prehispánicos, pues el vencedor siempre preservaba y conservaba también las creencias del vencido.

 

Incluso, la simple mención a la finalización de la guerra, al decir que “las flechas y los escudos estaban depuestos”, era por sí sola el planteamiento sintético del drama de los mexicanos. Dicha referencia, más que un dato cronológico, indicaba precisamente el fin de la historia de los indios, pues la guerra en sí misma, a la que consideraban sagrada y que les permitía conquistar y exigir tributos, era como concepto y realidad, expresión simbólica de su ser y soberanía. Así, por ejemplo, en el códice referido a la fundación de Mexico-Tenochtitlan, el águila y el nopal, signos de su identidad, están sostenidos por las flechas y el escudo, es decir, por la guerra.

 

Ahora bien, las flechas y escudos no sólo eran el fundamento de su sociedad, también lo eran del universo, cuya existencia se sentían llamados a garantizar. Es que para ellos, la guerra, sobre todo era un servicio religioso, permanente e impostergable, con el que buscaban capturar prisioneros vivos, para luego ofrendarlos como víctimas en el altar. Era un apostolado bélico, que les posibilitaba cosechar corazones, en los que veían la fuente de la vida o movimiento, para alimentar al dios sol. Buscaban de esta manera fortalecerlo, para lo cual no bastaban las solas autosangradas que se provocaban, con el fin de que él siguiera venciendo a las fuerzas de la oscuridad y, en consecuencia, se mantuviera el equilibrio del cosmos y la existencia de todo.

 

De este modo, vivían un tiempo de temor y de paz mortal, y a medida que pasaban los años de la caída definitiva de la capital azteca en manos españolas, ocurrida el 13 de agosto de 1521, se acentuaba aún más la desorientación, ante la evidencia de que el sol seguía saliendo, sin que ellos lo estuvieran alimentando con los sacrificios humanos. En ese preciso momento, la oportunísima y providencial visita de Nuestra Señora de Guadalupe, al mismo tiempo que los reconcilió con su pasado, suscitó su evolución, y los hizo revivir y ver distinto el presente, al ponerle sentido y palabra. Como consecuencia y de esta forma, Ella los llenó así de una paz de vida y, librándolos de la orfandad y el caos existencial, los abrió al futuro.

 

Es que Nuestra Madre, con su intervención, en 1531, hace recomenzar la fe, el conocimiento de Dios; el Nican mopohua describe ese resurgimiento con las ideas, totalmente idóneas y apropiadas para una mentalidad indígena, de “brotar, verdecer, crecer, reventar la corola”. Ideas, que implican que esa fe provenía del desarrollo de lo que los indios ya poseían, de lo que estaba latente en su cultura y religión y ahora germinaba. Entendieron también así, gracias al acontecimiento guadalupano, en esa continuidad y superación de lo anterior, de la herencia recibida de sus padres y abuelos, que ellos ya no tenían que ofrecer físicamente sangre humana, propia o ajena, para sostener al universo; comprendieron que, para la salvación o supervivencia del todo, ya había derramado la suya Jesucristo en la Cruz.

 

Se sugiere emplear algunos minutos para orar y meditar, en forma personal e interior, todo lo que nos va manifestando la profundidad del Nican mopohua. Luego, podrían decirse o pronunciarse las plegarias que siguen.

 

Gracias, Madre Nuestra, porque nos vigorizas en la fe, e inspirando y sosteniendo en nosotros la capacidad de recibirla y testimoniarla, siempre nos animas a vivir. Cuidando y alimentando en nosotros esta fuerza sobrenatural, con su luz y potencia, a la vez que nos haces ver, protagonizar y expresar la historia según la mirada y criterios de Dios, nos libras de todo desaliento y temor paralizante, de toda muerte o sin sentido.

 

Gracias, Madre, porque para concretar lo anterior, aprovechas todo lo previo y bueno que podamos tener, reconciliándonos con lo mejor de nosotros mismos, con la sabiduría de nuestras identidades y memorias comunitarias y personales, para hacerlas florecer y abrirnos a las de los demás.

 

Te suplicamos nos hagas como Tú, capaces de no separar el anuncio del Evangelio y el amor por el modo de ser de cada pueblo y de los seres humanos que los encarnan. Haz que misionemos entonces, asumiendo dichas realidades colectivas o singulares, fecundando y armonizando los ambientes de cada uno, al aprovechar las posibilidades que ellos nos proporcionan.

 

Sabiendo considerar tiempos y lugares, estar y hablar con gestos entendibles, para decir el Evangelio de forma atrayente, generando una atmósfera que movilice a su escucha y a un acercamiento gozoso a la casa materna. Utilizando, para mostrar a Jesús, los elementos concretos que con familiaridad simbolizan o remiten a lo divino en cada cultura y comunidad.

 

Y que todas las herencias propias y ajenas, las pongamos entonces al servicio del crecimiento común, viviendo lúcidamente las siempre nuevas situaciones. Ayúdanos y enséñanos, de esta forma, a no cerrarnos a ninguna riqueza humana, colaborando al despliegue de todas ellas. Siendo capaces así, desde el respeto por lo diferente y el generoso compartir lo que cada uno es y posee, de transitar hacia una mayor felicidad.

 

Partiendo de todo lo anterior, se puede dar lugar a comentarios o a preguntas de viva voz. Otra posibilidad es que, cada uno, recuerde o anote las apreciaciones o interrogantes que se le van ocurriendo, para luego compartirlas o buscar su respuesta.

 

En un momento de silencio y de encuentro entrañable con Nuestra Señora de Guadalupe y con San Juan Diego Cuauhtlatoatzin, encomendamos a los diversos pueblos y a sus modos de ser, alabando a Dios por todo lo bueno que ha sembrado en cada uno de ellos. También recordamos a nuestros queridos difuntos y suplicamos por su eterno descanso, dando gracias por toda la sabiduría y bienes que nos han heredado o transmitido.

En este silencio, agradecemos y pedimos además, por intercesión de Nuestra Madre y de su mensajero, lo que nos parezca oportuno.

 

Como un signo de que consagramos nuestros pueblos y personas para que se haga en todos y cada uno de nosotros el plan de Dios, mientras cantamos o leemos en voz baja la letra del poema que está a continuación, podemos pasar a ofrecer una flor a Nuestra Señora de Guadalupe y a San Juan Diego Cuauhtlatoatzin y/o a tocar o besar sus imágenes.

 

Desde el cielo una hermosa mañana (2 veces),
la Guadalupana, la Guadalupana, la Guadalupana bajó al Tepeyac (2 veces).

Suplicante juntaba sus manos (2 veces)
y eran mexicanos y eran mexicanos y eran mexicanos su porte y su faz (2 veces).

Su llegada llenó de alegría (2 veces),
de luz y armonía, de luz y armonía, de luz y armonía todo el Anahuac (2 veces).

Junto al monte pasaba Juan Diego (2 veces)
y acercóse luego y acercóse luego y acercóse luego al oír cantar (2 veces).

Juan Dieguito, la Virgen le dijo (2 veces):
“este cerro elijo, este cerro elijo, este cerro elijo para hacer mi altar” (2 veces).

Y en la tilma entre rosas pintada (2 veces),
su imagen amada, su imagen amada, su imagen amada se dignó dejar (2 veces).

Desde entonces para el mexicano (2 veces),
ser guadalupano, ser guadalupano, ser guadalupano es algo esencial (2 veces).

En sus penas se postra rezando (2 veces)
y eleva sus ojos y eleva sus ojos y eleva sus ojos hacia el Tepeyac (2 veces).

Para finalizar rezamos la siguiente oración o alguna otra que se considere apropiada.

 

Dios, Padre de misericordias, que constituyes y edificas a tu Pueblo por la visita y bajo el Amor de Nuestra Santísima Madre de Guadalupe, concédenos por su intercesión, ser una comunidad fervorosa en la fe, la esperanza y la caridad, abierta a los diferentes modos de ser y enriquecida por ellos. Una Iglesia cordial, capaz de dialogar con todos y de suscitar su protagonismo, que encarnando de este modo tu santa voluntad, y al sembrar así caminos de vida, fraternidad y felicidad, esté al servicio de impregnar de Evangelio el corazón de las culturas y de las personas.

 

Que la Madre de Jesús y Madre Nuestra nos eduque, y nos haga entonces un Pueblo de peregrinos y humildes embajadores suyos como San Juan Diego Cuauhtlatoatzin. Mensajeros muy dignos de confianza, que estando con Ella y haciéndola presente, aprendamos de los más pobres a recibir, buscar y compartir, la salvación y realidades divinas, desde nuestra particular tradición e identidad.

 

Te lo pedimos Padre, por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén.

 

 

 

 

Tercer día:
nuestra Señora de Guadalupe, Madre de Dios y Madre Nuestra.

 

 

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

 

Mientras rezamos la siguiente oración, podemos encender una vela a Nuestra Señora de Guadalupe y a San Juan Diego Cuauhtlatoatzin.

 

Dios te salve María, llena eres de Gracia, el Señor es contigo, bendita Tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.

 

Santa María, Madre de Dios y Madre Nuestra, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.

 

A continuación, a una o a varias voces, leemos,  proclamamos o representamos una parte de la historia de las apariciones de Nuestra Señora de Guadalupe.

 

Y cuando [Juan Diego] llegó frente a Ella [la Doncella] mucho admiró en qué manera sobre toda ponderación aventajaba su perfecta grandeza: Su vestido relucía como el sol, como que reverberaba, Y la piedra, el risco en el que estaba de pie, como que lanzaba rayos; el resplandor de Ella como preciosas piedras, como ajorca -todo lo más bello- parecía; la tierra como que relumbraba con los resplandores del arcoiris en la niebla.

 

Y los mezquites y nopales y las demás hierbecillas que allí se suelen dar, parecían como esmeraldas. Como turquesa aparecía su follaje. Y su tronco, sus espinas, sus aguates, relucían como el oro. En su presencia se postró. Escuchó su aliento, su palabra, que era extremadamente glorificadora, sumamente afable, como de quien lo atraía y estimaba mucho.

 

Le dijo: “Escucha hijo mío el menor, Juanito. ¿A dónde te diriges?”. Y él le contestó: “Mi Señora, Reina, Muchachita mía, allá llegaré, a tu casita de México Tlatilolco, a seguir las cosas de Dios que nos dan, que nos enseñan quienes son las imágenes de Nuestro Señor, nuestros Sacerdotes”.

En seguida, con esto dialoga con él, le descubre su preciosa voluntad;

le dice: “Sábelo, ten por cierto hijo mío, el más pequeño, que yo soy la Perfecta siempre Virgen Santa María, Madre del Verdaderísimo Dios por quien se vive, el creador de las personas, el dueño de la cercanía y de la inmediación, el dueño del cielo, el dueño de la tierra. Mucho quiero, mucho deseo que aquí me levanten mi casita sagrada. En donde lo mostraré, lo ensalzaré al ponerlo de manifiesto: Lo daré a las gentes en todo mi amor personal, en mi mirada compasiva, en mi auxilio, en mi salvación: Porque yo en verdad soy vuestra madre compasiva, tuya y de todos los hombres que en esta tierra estáis en uno, y de las demás variadas estirpes de hombres, mis amadores, los que a mí clamen, los que me busquen, los que confíen en mí, porque ahí les escucharé su llanto, su tristeza, para remediar, para curar todas sus diferentes penas, sus miserias, sus dolores.

 

Y para realizar lo que pretende mi compasiva mirada misericordiosa, anda al palacio del Obispo de México, y le dirás cómo yo te envío, para que le descubras cómo mucho deseo que aquí me provea de una casa, me erija en el llano mi templo; todo le contarás, cuanto has visto y admirado, y lo que has oído.

 

Y ten por seguro que mucho lo agradeceré y lo pagaré, que por ello te enriqueceré, te glorificaré, y mucho de allí merecerás con que yo te retribuya tu cansancio, tu servicio con que vas a solicitar el asunto al que te envío.

 

Ya has oído, hijo mío el menor, mi aliento, mi palabra; anda, haz lo que esté de tu parte”. E inmediatamente en su presencia se postró; le dijo: “Señora mía, Niña, ya voy a realizar tu venerable aliento, tu venerable palabra; por ahora de Tí me aparto, yo, tu pobre indito”.

 

Luego vino a bajar para poner en obra su encomienda: vino a encontrar la calzada, viene derecho a México.

 

 

Para ir viviendo y comprendiendo más profundamente tan milagrosa historia, se pueden leer o comentar, todas o algunas, de las siguientes explicaciones

 

Nuestra Señora de Guadalupe, con gran ternura y autoridad, establece una presencia divina y divinizante. Se revela a Juan Diego Cuauhtlatoatzin como la Madre compasiva del verdaderísimo Dios, de él y de todas las mujeres y los hombres, sin excepción. Tanto al anunciar su maternidad divina como la humana, enaltece a todos sus hijos, dando a entender que es para Ella una gran dicha y privilegio, por el cual se siente muy honrada y agradecida.

 

Toda la persona, comportamiento y palabras de la Señora del Tepeyac son amorosamente incluyentes. Judía de nacimiento, asume en Ella lo mejor del ser de los indios mexicanos (que tienen en sí todo el aporte de lo que hoy llamamos lejano Oriente, de donde provenían), y del ser de los españoles (crisol, por su historia, de la herencia de Occidente, y de lo que actualmente denominamos Oriente medio y próximo). Comprendemos hoy, que el nombre que se dará a sí misma, simultáneamente con una delicadeza con los europeos (ver Esta obra, subtítulo “Primer día”), es otro aspecto que manifiesta su identidad y maternidad universal. Es que se identificará con un título árabe, “Wadi al Lub” o río de grava negra, evitando hacerlo con uno exclusivamente náhuatl o español, y, por lo tanto, menos adecuado para designar a alguien que es síntesis y Madre de la entera humanidad, y no sólo de los habitantes de México. Sus gestos y mensaje muestran eso sí, que a la vez que es cristiana, conoce y hace propia tanto la cultura en general, como el saber religioso en particular, de cada uno de sus interlocutores.

 

Así, inmediatamente hace comprender a Juan Diego que su Madre, Ella en persona, les traía a Aquél al que en toda su historia habían adorado, al arraigadísimo Dios de sus ancestros, que era el mismo que el de los cristianos. Para lograr lo anterior, Ella acepta, aprovecha y hace crecer, denominaciones y conceptos sobre dios de la América prehispánica, para con su mediación nombrar al fruto bendito de su vientre. Pero utiliza precisamente aquellos títulos cuyo sentido se aproxima al de la concepción cristiana del único eterno y que, por lo tanto, no sonaron mal a oídos europeos. Oídos, que de ningún modo pudieron captar la explicitada identificación y referencia, que llenó sí de felicidad a los indios.

 

Cuánta alegría y consuelo para los mexicanos saber que Jesucristo, el Hijo de la Muchachita que los visitaba, era el “Señor del cerca y del junto”, el “Causante de toda vida”, el “Creador de todos” y  el “Dueño del Cielo y de la Tierra”; es decir, su Dios de siempre y tan cercano, artífice pleno y sustentador de todo lo bello y precioso, y a quien sus padres y abuelos habían fielmente obedecido y seguido.

 

La Virgencita del Tepeyac habla y comunica su anuncio utilizando la lengua del indio, de su enviado, que la identifica y trata como a una mujer noble de su sociedad. La maternidad y palabras de Nuestra Señora de Guadalupe, muy afectuosas y amables, son a la vez y precisamente por eso mismo, de sumo imperio. De este modo, la Reina del Cielo a la vez protege y conduce, contiene y desafía, suscitando al mismo tiempo que veneración y amor, el respeto y movimiento obediente de Juan Diego y de los demás protagonistas del acontecimiento que Ella inicia.

 

Revelándose también como creatura y sometiéndose a la autoridad de su Hijo en el obispo, lo envía y manda a Juan Diego Cuauhtlatoatzin a solicitarle a él la construcción de un templo asequible, en el llano. Es decir, a solicitar la edificación de un pueblo muy solícito y disponible, para poder Ella mostrar a su Primogénito a los otros hijos. Un templo o pueblo, al que todos puedan entrar y pertenecer, para manifestar y dar su Amor. Ese Amor que es el mismo Jesús, que hace que Ella nos mire con compasión y ternura, nos auxilie y medie la salvación, poniéndola al alcance de todos los seres humanos.

 

Se sugiere emplear algunos minutos para orar y meditar, en forma personal e interior, todo lo que nos va manifestando la profundidad del Nican mopohua. Luego, podrían decirse o pronunciarse las plegarias que siguen.

 

Querida Virgencita, que tengamos la gracia de recibirte por Madre de Dios y Madre Nuestra y así seamos constructores del Pueblo de Dios.

Gracias porque tenemos la felicidad y el honor de estar llamados, como comunidad, a ser también Madre, a la vez afectuosa y firme, que contiene y desafía a crecer, que da al Hijo y hace hermanos a los hijos, enalteciendo de este modo a todas las personas.

 

Haz, por favor entonces, que manifestemos y hagamos accesible a Jesús con nuestro testimonio, prolongando tu visita y mensaje, rescatando del olvido histórico a los pueblos y a las personas. Acompañando misericordiosamente a las mujeres y a los hombres, haciendo llegar tus ojos vivos, tu mirada de amor compasivo y, de este modo, la reparación o corrección de toda miseria. Sin excluir a nadie, incluyendo a todos, pero comenzando especialmente por los más pobres y angustiados. Compartiendo nuestra fe y poniendo al servicio, de acuerdo a la Bondad de Dios y no según criterios mezquinos, ni de mera justicia, la presencia y tesoros del Salvador.

 

Para poder vivir lo anterior llénanos e inspíranos con ardiente caridad, con esa fuerza que nos comunica la amistad de Dios para con todos los seres humanos y por cada uno en particular, con una predilección por los humildes y abandonados. Que podamos de esta manera ofrendar gratuitamente nuestra vida, para mostrar y hacer encontrar, delicadamente y sin ofender a nadie, con Aquél que es la Preciosura misma, con ese Dios siempre cercano y amable, plenitud de toda belleza que tengamos o podamos anhelar.

 

Partiendo de todo lo anterior, se puede dar lugar a comentarios o a preguntas de viva voz. Otra posibilidad es que, cada uno, recuerde o anote las apreciaciones o interrogantes que se le van ocurriendo, para luego compartirlas o buscar su respuesta.

 

En un momento de silencio y de encuentro entrañable con Nuestra Señora de Guadalupe y con San Juan Diego Cuauhtlatoatzin, encomendamos a alguna comunidad o persona a la que luego podremos contar algo sobre Ella y su visita.

 

En este silencio, agradecemos y pedimos además, por intercesión de Nuestra Madre y de su mensajero, lo que nos parezca oportuno.

 

Como un signo de que consagramos nuestros pueblos y personas para que se haga en todos y cada uno de nosotros el plan de Dios, mientras cantamos o leemos en voz baja la letra del poema que está a continuación, podemos pasar a ofrecer una flor a Nuestra Señora de Guadalupe y a San Juan Diego Cuauhtlatoatzin y/o a tocar o besar sus imágenes.

 

Desde el cielo una hermosa mañana (2 veces),

la Guadalupana, la Guadalupana, la Guadalupana bajó al Tepeyac (2 veces).

Suplicante juntaba sus manos (2 veces)
y eran mexicanos y eran mexicanos y eran mexicanos su porte y su faz (2 veces).

Su llegada llenó de alegría (2 veces),
de luz y armonía, de luz y armonía, de luz y armonía todo el Anahuac (2 veces).

Junto al monte pasaba Juan Diego (2 veces)
y acercóse luego y acercóse luego y acercóse luego al oír cantar (2 veces).

Juan Dieguito, la Virgen le dijo (2 veces):
“este cerro elijo, este cerro elijo, este cerro elijo para hacer mi altar” (2 veces).

Y en la tilma entre rosas pintada (2 veces),
su imagen amada, su imagen amada, su imagen amada se dignó dejar (2 veces).

Desde entonces para el mexicano (2 veces),
ser guadalupano, ser guadalupano, ser guadalupano es algo esencial (2 veces).

En sus penas se postra rezando (2 veces)

y eleva sus ojos y eleva sus ojos y eleva sus ojos hacia el Tepeyac (2 veces).

 

Para finalizar rezamos la siguiente oración o alguna otra que se considere apropiada.

 

Dios, Padre de misericordias, que constituyes y edificas a tu Pueblo por la visita y bajo el Amor de Nuestra Santísima Madre de Guadalupe, concédenos por su intercesión, ser una comunidad fervorosa en la fe, la esperanza y la caridad, abierta a los diferentes modos de ser y enriquecida por ellos. Una Iglesia cordial, capaz de dialogar con todos y de suscitar su protagonismo, que encarnando de este modo tu santa voluntad, y al sembrar así caminos de vida, fraternidad y felicidad, esté al servicio de impregnar de Evangelio el corazón de las culturas y de las personas.

 

Que la Madre de Jesús y Madre Nuestra nos eduque, y nos haga entonces un Pueblo de peregrinos y humildes embajadores suyos como San Juan Diego Cuauhtlatoatzin. Mensajeros muy dignos de confianza, que estando con Ella y haciéndola presente, aprendamos de los más pobres a recibir, buscar y compartir, la salvación y realidades divinas, desde nuestra particular tradición e identidad.

 

Te lo pedimos Padre, por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén.

 

 

 

 

Cuarto día:
san Juan Diego Cuauhtlatoatzin, embajador muy digno de confianza.

 

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

 

Mientras rezamos la siguiente oración, podemos encender una vela a Nuestra Señora de Guadalupe y a San Juan Diego Cuauhtlatoatzin.

 

Dios te salve María, llena eres de Gracia, el Señor es contigo, bendita Tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.

 

Santa María, Madre de Dios y Madre Nuestra, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.

 

A continuación, a una o a varias voces, leemos,  proclamamos o representamos una parte de la historia de las apariciones de Nuestra Señora de Guadalupe.

 

Cuando [Juan Diego] vino a llegar al interior de la ciudad, luego fué derecho al Palacio del Obispo, que muy recientemente había llegado, Gobernante Sacerdote; su nombre era D. Fray Juan de Zumárraga, Sacerdote de San Francisco.

 

En cuanto llegó, luego hace el intento de verlo, les ruega a sus servidores, a sus ayudantes, que vayan a decírselo; después de pasado largo rato vinieron a llamarlo, cuando mandó el Señor Obispo que entrara.

 

Y en cuanto entró, luego ante él se arrodilló, se postró, luego ya le descubre, le cuenta el precioso aliento, la preciosa palabra de la Reina del Cielo, su mensaje, y también le dice todo lo que admiró, lo que vió, lo que oyó.

 

Y habiendo escuchado toda su narración, su mensaje, como que no mucho lo tuvo por cierto, le respondió, le dijo: “Hijo mío, otra vez vendrás, aún con calma te oiré, bien aún desde el principio miraré, consideraré la razón por la que has venido, tu voluntad, tu deseo”.

Salió; venía triste, porque no se realizó de inmediato su encargo.

 

Luego se volvió, al terminar el día, luego de allá se vino derecho a la cumbre del cerrillo, y tuvo la dicha de encontrar a la Reina del Cielo: allí cabalmente donde la primera vez se le apareció, lo estaba esperando.

 

Y en cuanto la vió, ante Ella se postró, se arrojó por tierra, le dijo:

“Patroncita, Señora, Reina, Hija mía la más pequeña, mi Muchachita, ya fui a donde me mandaste a cumplir tu amable aliento, tu amable palabra, aunque difícilmente entré a donde es el lugar del Gobernante Sacerdote, lo ví, ante él expuse tu aliento, tu palabra, como me lo mandaste.

 

Me recibió amablemente y lo escuchó perfectamente, pero, por lo que me respondió, como que no lo entendió, no lo tiene por cierto.

 

Me dijo:‘Otra vez vendrás; aún con calma te escucharé, bien aún desde el principio veré por lo que has venido, tu deseo, tu voluntad’.

 

Bien en ello miré, según me respondió, que piensa que tu casa que quieres que te hagan aquí, tal vez yo nada más lo invento, o que tal vez no es de tus labios; mucho te suplico, Señora mía, Reina, Muchachita mía, que a alguno de los nobles, estimados, que sea conocido, respetado, honrado, le encargues que conduzca, que lleve tu amable aliento, tu amable palabra para que le crean.

 

Porque en verdad yo soy un hombre del campo, soy mecapal, soy parihuela, soy cola, soy ala; yo mismo necesito ser conducido, llevado a cuestas, no es lugar de mi andar ni de mí detenerme allá a donde me envías, Virgencita mía, Hija mía menor, Señora Niña;

Por favor dispénsame: afligiré con pena tu rostro, tu corazón; iré a caer en tu enojo, en tu disgusto, Señora Dueña mía”.

Le respondió la perfecta Virgen, digna de honra y veneración:

 

“Escucha, el más pequeño de mis hijos, ten por cierto que no son escasos mis servidores, mis mensajeros, a quienes encargué que lleven mi aliento, mi palabra, para que efectúen mi voluntad; pero es muy necesario que tú, personalmente vayas, ruegues que por tu intercesión se realice, se lleve a efecto mi querer, mi voluntad.

 

Y mucho te ruego, hijo mío el menor, y con rigor te mando, que otra vez vayas mañana a ver al Obispo, y de mi parte hazle saber, hazle oír mi querer, mi voluntad, para que realice, haga mi templo que le pido, y bien, de nuevo dile de que modo yo, personalmente, la Siempre Virgen Santa María, yo, que soy la Madre de Dios, te mando”.

 

Juan Diego, por su parte, le respondió, le dijo: “Señora mía, Reina, Muchachita mía, que no angustie yo con pena tu rostro, tu corazón; con todo gusto iré a poner por obra tu aliento, tu palabra; de ninguna manera lo dejaré de hacer, ni estimo por molesto el camino. Iré a poner en obra tu voluntad, pero tal vez no seré oído, y si fuere oído quizás no seré creído.

 

Mañana en la tarde, cuando se meta el sol, vendré a devolver a tu palabra, a tu aliento, lo que me responda el Gobernante Sacerdote.

Ya me despido de Tí respetuosamente, Hija mía la más pequeña, Jovencita, Señora, Niña mía, descansa otro poquito”.

 

Y luego se fué él a su casa a descansar.

 

 

Para ir viviendo y comprendiendo más profundamente tan milagrosa historia, se pueden leer o comentar, todas o algunas, de las siguientes explicaciones.

 

Juan Diego no hablaba español, y al producirse las apariciones, era  un hombre maduro, de 57 años de edad. Ya viudo, fallecida su esposa María Lucía Malintzin, había pasado toda su vida en el regazo de la antigua cultura y religión mexicana. Su nombre indígena, Cuauhtlatoatzin o “águila que habla”, hace referencia a aquél que explica la sabiduría de Dios y la de su pueblo; pues el águila era el símbolo del Dios Sol y del pueblo del Sol.

 

Muy posiblemente haya sido un príncipe indio, aunque de esto no tenemos certeza. Según el Nican mopohua y otra fuentes, sabemos sí que era propietario de casas y tierras, que había heredado de sus antepasados, y era por eso de condición noble. De todos modos, el texto enfatiza su pobreza, a tal punto que, antes del milagro, anda solo y debe esperar para ser atendido. Así, el relato lo muestra entonces como un “macehual” o un hombre del pueblo. Esta condición coincide exactamente con el destino que tuvo la nobleza, a la que él pertenecía, de las tribus indias que lucharon contra los aztecas aliándose a los españoles. Nobleza que, luego de alcanzada la victoria, fue traicionada por los europeos. Ciertamente entonces es Juan Diego, al momento de las apariciones, más dolorosamente pobre que si siempre hubiera sido pobre.

 

Aún durante su vida terrena, los indios acudían a su intercesión, ya que lo consideraron y estimaron como alguien ejemplar, con cualidades muy apreciadas en su mundo; tales como ser humilde, pacífico, cuerdo y celoso en las costumbres, misericordioso y compasivo, amigo de todos y temeroso de dios. A lo largo del Nican mopohua se lo describe con una admirable personalidad, y se manifiesta siempre muy desinteresado, diligente y bien dispuesto a renunciar a sí mismo para contentar a los demás. Al igual que su tío Juan Bernardino, consideraba que los sacerdotes católicos, “imágenes del Señor Dios amadas por Él”, eran quienes les proporcionaban las realidades divinas.

 

Nunca duda de lo que le dice Nuestra Señora de Guadalupe y, aún a riesgo de su propia vida, intenta siempre seguir su mandato. Y en verdad la ponía en juego, pues era muy posible que se lo acusara o condenara de idolatría, al solicitar la construcción de una Casita Sagrada en nombre de la Madre de Dios y Madre Nuestra, en el preciso sitio en el cual los españoles habían destruido un templo prehispánico dedicado a Ella. Contemplamos hoy cómo, a pesar de dicho riesgo, realiza lo que la Señora le pide y va a entrevistarse con el obispo Zumárraga. Este no le cree y el indio, herido por eso en la fina sensibilidad propia de los de su raza, habiendo fracasado inicialmente en su misión porque no se da crédito a su palabra, sale totalmente abatido; sumamente triste porque no ha logrado, a pesar de todo su esfuerzo, lo que la Niña deseaba.

 

De regreso al Tepeyac, la Virgencita, que lo estaba esperando, escucha su súplica de que envíe a otro. Por la sutil delicadeza y cortesía india, se reconoce inepto e indigno para el cargo que se le encomienda cumplir. Grosería y petulancia para con quien lo enviaba, hubiera sido, no utilizar frases autodenigratorias; frases que eran de rigor y expresaban honestidad, buena educación e idoneidad, y que no manifestaban entonces una baja autoestima o una minusvaloración de las propias capacidades y posibilidades. De hecho ya ha obedecido y él también las emplea, en este caso y visto lo sucedido en su primer encuentro con el obispo, para sugerirle que envíe, a solicitar la construcción del templo, a un mensajero más creíble para el español.

 

Tanto al hacer Juan Diego Cuauhtlatoatzin esa propuesta a la amada Muchachita, como en otros momentos a lo largo de la historia de las apariciones, en ningún caso protesta por lo que le toca padecer, ni habla mal de Zumárraga o de sus ayudantes. Es destacable además, que al hacer dicha sugerencia y como siempre, piensa más en los intereses de Nuestra Señora de Guadalupe que en él mismo. La Madre, con mucha dulzura y también con gran firmeza, lo confirma como su embajador muy digno de confianza y él, nuevamente, obedecerá gustoso.

 

Se sugiere emplear algunos minutos para orar y meditar, en forma personal e interior, todo lo que nos va manifestando la profundidad del Nican mopohua. Luego, podrían decirse o pronunciarse las plegarias que siguen.

 

Gracias Madrecita nuestra, porque siempre nos esperas y animas a entregar nuestra vida. Te suplicamos nos confirmes como obedientes, discretos y laboriosos pregoneros de tu Amor y deseos, como otros “Juan Diegos”, que colaboremos en la realización de tu voluntad, en la edificación del Pueblo de Dios, con la concreción del plan divino en la historia. Como lo hiciste con él, ante todas las dificultades internas y externas, sostén y aumenta nuestra confianza en Ti, para que podamos afrontarlas libres de toda tristeza.

 

Somos ineptos e indignos para ser mensajeros tuyos muy dignos de confianza, incapaces muchas veces de pensar más en tus intereses que en nosotros mismos. Por favor, edúcanos y haznos idóneos embajadores y enviados; que pongamos a tu servicio y al del mundo entero, sin quejarnos jamás, nuestro ser comunitario y personal, con todas sus riquezas y posibilidades. Al hacer lo anterior, danos la gracia de ser humildes, siendo capaces de aceptar y disimular las carencias de pueblos, individuos y circunstancias.

 

Por favor, mira con bondad nuestra pobreza y haznos santos. Llena de sabiduría de Dios y del pueblo el modo en que vivimos, regalándonos una actitud amical para con todos. Haz que, para gloria divina y bien de los demás, siendo muy marianos y misericordiosos, encarnemos virtudes y cualidades significativas y edificantes en el mundo de hoy, y en especial, en las tradiciones y sociedades a las que pertenecemos.

 

Concédenos, Virgencita de Guadalupe, para poder hacer realidad lo anterior, y que toda nuestra acción y anuncio puedan impregnar de Evangelio, los regalos de escuchar siempre tus llamadas y tus palabras, de aceptar y de recibir tus invitaciones y tus visitas y de estar siempre cerca de Ti y de tu Luz.

 

Partiendo de todo lo anterior, se puede dar lugar a comentarios o a preguntas de viva voz. Otra posibilidad es que, cada uno, recuerde o anote las apreciaciones o interrogantes que se le van ocurriendo, para luego compartirlas o buscar su respuesta.

 


En un momento de silencio y de encuentro entrañable con Nuestra Señora de Guadalupe y con San Juan Diego Cuauhtlatoatzin, encomendamos a alguna familia, grupo o persona a la que luego podremos contar algo sobre este santo indio.

 

En este silencio, agradecemos y pedimos además, por intercesión de Nuestra Madre y de su mensajero, lo que nos parezca oportuno.

 

Como un signo de que consagramos nuestros pueblos y personas para que se haga en todos y cada uno de nosotros el plan de Dios, mientras cantamos o leemos en voz baja la letra del poema que está a continuación, podemos pasar a ofrecer una flor a Nuestra Señora de Guadalupe y a San Juan Diego Cuauhtlatoatzin y/o a tocar o besar sus imágenes.

 

Desde el cielo una hermosa mañana (2 veces),
la Guadalupana, la Guadalupana, la Guadalupana bajó al Tepeyac (2 veces).

Suplicante juntaba sus manos (2 veces)
y eran mexicanos y eran mexicanos y eran mexicanos su porte y su faz (2 veces).

Su llegada llenó de alegría (2 veces),
de luz y armonía, de luz y armonía, de luz y armonía todo el Anahuac (2 veces).

Junto al monte pasaba Juan Diego (2 veces)
y acercóse luego y acercóse luego y acercóse luego al oír cantar (2 veces).

Juan Dieguito, la Virgen le dijo (2 veces):
“este cerro elijo, este cerro elijo, este cerro elijo para hacer mi altar” (2 veces).

Y en la tilma entre rosas pintada (2 veces),
su imagen amada, su imagen amada, su imagen amada se dignó dejar (2 veces).

Desde entonces para el mexicano (2 veces),
ser guadalupano, ser guadalupano, ser guadalupano es algo esencial (2 veces).

En sus penas se postra rezando (2 veces)
y eleva sus ojos y eleva sus ojos y eleva sus ojos hacia el Tepeyac (2 veces).

 

Para finalizar rezamos la siguiente oración o alguna otra que se considere apropiada.

 

Dios, Padre de misericordias, que constituyes y edificas a tu Pueblo por la visita y bajo el Amor de Nuestra Santísima Madre de Guadalupe, concédenos por su intercesión, ser una comunidad fervorosa en la fe, la esperanza y la caridad, abierta a los diferentes modos de ser y enriquecida por ellos. Una Iglesia cordial, capaz de dialogar con todos y de suscitar su protagonismo, que encarnando de este modo tu santa voluntad, y al sembrar así caminos de vida, fraternidad y felicidad, esté al servicio de impregnar de Evangelio el corazón de las culturas y de las personas.

 

Que la Madre de Jesús y Madre Nuestra nos eduque, y nos haga entonces un Pueblo de peregrinos y humildes embajadores suyos como San Juan Diego Cuauhtlatoatzin. Mensajeros muy dignos de confianza, que estando con Ella y haciéndola presente, aprendamos de los más pobres a recibir, buscar y compartir, la salvación y realidades divinas, desde nuestra particular tradición e identidad.

 

Te lo pedimos Padre, por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén.

 

 

Quinto día:

el obispo Zumárraga, sus ayudantes y españoles en general, celoso pastor y prejuicioso hostigamiento

 

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

 

Mientras rezamos la siguiente oración, podemos encender una vela a Nuestra Señora de Guadalupe y a San Juan Diego Cuauhtlatoatzin.

 

Dios te salve María, llena eres de Gracia, el Señor es contigo, bendita Tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.

 

Santa María, Madre de Dios y Madre Nuestra, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.

 

A continuación, a una o a varias voces, leemos,  proclamamos o representamos una parte de la historia de las apariciones de Nuestra Señora de Guadalupe.

 

 

Al día siguiente, Domingo, bien todavía en la nochecilla, todo aún estaba oscuro, de allá salió [Juan Diego], de su casa, se vino derecho a Tlatilolco, vino a saber lo que pertenece a Dios y a ser contado en lista; luego para ver al Señor Obispo.

 

Y a eso de las diez fue cuando ya estuvo preparado: se había oído Misa y se había nombrado lista y se había dispersado la multitud. Y Juan Diego luego fué al palacio del Señor Obispo. Y en cuanto llegó hizo toda la lucha por verlo, y con mucho trabajo y otra vez lo vió; a sus pies se hincó, lloró, se puso triste al hablarle, al descubrirle la palabra, el aliento de la Reina del Cielo, que ojalá fuera creída la embajada, la voluntad de la Perfecta Virgen, de hacerle, de erigirle su casita sagrada, en donde había dicho, la quería.

 

Y el Gobernante Obispo muchísimas cosas le preguntó, le investigó, para poder cerciorarse, dónde la había visto, cómo era Ella; todo absolutamente se lo contó al Señor Obispo. Y aunque todo absolutamente se lo declaró, y en cada cosa vió, admiró que aparecía con toda claridad que Ella era la Perfecta Virgen, la Amable, Maravillosa Madre de Nuestro Salvador Nuestro Señor Jesucristo, sin embargo, no luego se realizó.

Dijo que no sólo por su palabra, su petición se haría, se realizaría lo que él pedía, que era muy necesaria alguna otra señal para poder ser creído cómo a él lo enviaba la Reina del Cielo en persona.

 

Tan pronto como lo oyó Juan Diego, le dijo al Obispo: “Señor Gobernante, considera cuál sería la señal que pides, porque luego iré a pedírsela a la Reina del Cielo que me envió”.

 

Y habiendo visto el Obispo que ratificaba, que en nada vacilaba ni dudaba, luego lo despacha. Y en cuanto se viene, luego les manda a algunos de los de su casa en los que tenía absoluta confianza, que lo vinieran siguiendo, que bien lo observaran a dónde iba, a quién veía, con quién hablaba.

Y así se hizo. Y Juan Diego luego se vino derecho. Siguió la calzada, y los que lo seguían, donde sale la barranca cerca del Tepeyac, en el puente de madera lo vinieron a perder. Y aunque por todas partes buscaron, ya por ninguna lo vieron.

 

Y así se volvieron. No sólo porque con ello se fastidiaron grandemente, sino también porque les impidió su intento, los hizo enojar. Así le fueron a contar al Señor Obispo, le metieron en la cabeza que no le creyera, le dijeron cómo nomás le contaba mentiras, que nada más inventaba lo que venía a decirle, o que sólo soñaba o imaginaba lo que le decía, lo que le pedía.

 

Y bien así lo determinaron que si otra vez venía, regresaba, allí lo agarrarían, y fuertemente lo castigarían, para que ya no volviera a decir mentiras ni a alborotar a la gente. Entre tanto, Juan Diego estaba con la Santísima Virgen, diciéndole la respuesta que traía del Señor Obispo;

la que, oída por la Señora, le dijo:

“Bien está, hijito mío, volverás aquí mañana para que lleves al Obispo la señal que te ha pedido; con esto te creerá y acerca de esto ya no dudará ni de tí sospechará;

Y sábete, hijito mío, que yo te pagaré tu cuidado y el trabajo y cansancio que por mí has emprendido; Ea, vete ahora, que mañana aquí te aguardo”.

 

Para ir viviendo y comprendiendo más profundamente tan milagrosa historia, se pueden leer o comentar, todas o algunas, de las siguientes explicaciones.

 

Fray Juan de Zumárraga, vasco que no hablaba el idioma materno de Juan Diego Cuauhtlatoatzin, trabajó y rezó esforzada e incansablemente por la felicidad de todos los fieles, proporcionándoles los sacramentos, y colaborando en la concreción de diversas iniciativas que mejoraran las condiciones de vida de los naturales de América. Nombrado por el monarca español “Protector de Indios” en 1528, hombre de virtud, humilde y honesto, sustentaba su actividad en su vigoroso y violento carácter; y a veces era, incluso, sumamente duro al realizar sus tareas de padre y pastor. El 27 de agosto de 1529, seriamente angustiado por la carga, ante la difícil circunstancia que se vivía en México, escribió al rey y emperador Carlos V, que sólo un remedio provisto por la mano misma de Dios, salvaría a esta tierra. Remedio o intervención por la cual el fraile suplicaba, ante la oscuridad y los insuperables obstáculos de todo orden.

 

En el momento de las apariciones, ya había sido nombrado obispo, aunque fue consagrado como tal recién en abril de 1533. Era muy poco afecto a una espiritualidad mediada por las imágenes y devociones populares, y se opuso férreamente a la religión prehispánica. En sus decisiones fue muy escrupuloso, y hasta severo, a la hora de defender lo que entendía como doctrina ortodoxa. Por todo lo anterior, había en la ciudad de Mexico-Tenochtitlan otras personas que hubieran sido más accesibles, y con más poder concreto a la hora de materializarlo, para recibir un pedido como el que el mensajero del Tepeyac es enviado a hacerle. Pero ninguno de esos otros personajes era, como Zumárraga, a ojos de María Santísima, el representante de Cristo en este lugar.

 

Hemos contemplado como en su primer entrevista con Juan Diego, el obispo rechazó la solicitud que aquél, indio recién converso y por eso mismo sospechoso para los europeos, le hizo en nombre de Nuestra Señora de Guadalupe. En la segunda entrevista, que meditamos hoy, vemos que, ante la insistencia del embajador de la Virgencita, lo examinó con rigor; y aunque no pudo encontrar nada que lo descalificara, le mencionó la necesidad de una señal que acreditara su palabra. “Una señal para poder creer que a él lo enviaba personalmente la Madre de Dios”. Por último, al asumir Juan Diego esta exigencia, no dejó de dudar de él.

 

Zumárraga, que era Inquisidor, al interrogarlo, procede con apego al modo de operar de los tribunales inquisitoriales de la época; es decir, buscando en todo momento el error del examinado. Además, siguiendo las normas de la Iglesia, aún vigentes, en cuanto al discernimiento de posibles apariciones: considerarlas falsas e impugnarlas hasta que se demuestre lo contrario. Normas, estas dos últimas, que en ese momento, además, era muy necesario respetar, pues las historias de intervenciones sobrenaturales abundaban, tanto de parte de los españoles como de los indígenas, con la pretensión de humillar y aplastar a los del bando contrario.

 

Escuchamos que al despedir al vidente de la Madre Celestial, manda el obispo a algunos de su absoluta confianza a seguir y vigilar al indio, con la misión de espiar e informar sobre los lugares y personas que frecuentara. Sabemos, con seguridad, que Zumárraga siempre tuvo miembros de su familia y criados muy cercanos. En su caso, el modo prejuicioso y despectivo con que ellos tratan a Juan Diego Cuauhtlatoatzin antes de la estampación de Nuestra Señora de Guadalupe, expresa nítidamente cómo los europeos, casi en su totalidad, se vincularon con los naturales de América en general.

 

Pensaban que los indios se hallaban en poder del demonio e infectados por su perversa e idolátrica religión y, consecuentemente, buscaban o convertirlos, sustituyendo sus creencias, o exterminarlos, si no lograban dicha conversión. Consideraban los evangelizadores que, arrebatándoles su cultura y religión e imponiéndoles la propia, no los despojaban, sino que los salvaban y enriquecían.

 

Es más, los frailes, salvo excepciones, se lamentaban de que no habían sido sistemáticamente eliminados los ancianos indígenas, a los que consideraban pervertidores de los más jóvenes, cuando les transmitían sus conocimientos y costumbres prehispánicas. Desde su desconfiada mirada y creyéndose superiores, consideraban a los indios como semianimales y fabuladores, como eternos niños que debían subordinarse y someterse a sus designios.

 

Ahora bien, aquéllas personas de la casa del prelado y que gozaban de su confianza, nada más pierden de vista a Juan Diego en el Tepeyac, lugar en el cuál no puede obrar su mirada persecutoria; pero, en consecuencia y como muestra de lo expresado, informan diciendo que es mentiroso el indio. En realidad la ausencia de verdad estaba en sus palabras, que transmitían una calumnia, buscando que el obispo no creyera en el enviado de la Virgen y, que además, terminaron generando en ellos propósitos violentos o de castigo injusto para con el inocente. Mientras tanto, el embajador muy digno de confianza, estaba en la cima del cerro con la Amada Reina, disfrutando de su presencia y conversando con Ella, comunicándole el mensaje del prelado y escuchando su alentadora palabra.

 

Se sugiere emplear algunos minutos para orar y meditar, en forma personal e interior, todo lo que nos va manifestando la profundidad del Nican mopohua. Luego, podrían decirse o pronunciarse las plegarias que siguen.

 

Gracias Madre, porque tu presencia y aliento nos confortan y acreditan siempre. Nos dan fuerzas para seguir adelante, para continuar en la misión y, de este modo, nos ayudan a vivir como Dios quiere, pareciéndonos a Él.

 

Danos por favor el regalo de ser fieles, con honestidad y prudencia, a las autoridades y enseñanzas de la Iglesia. Concédenos crecer en lo anterior, dando siempre lugar a la edificante persona y palabra de los más pobres. Para dejarnos enseñar por su espiritualidad y modos de expresarla, viendo en todo esto una palabra de Dios. Que no menospreciemos jamás los gestos sensibles y símbolos con los que, con profundidad sobrenatural, expresan su gran fe los más sencillos.

 

Danos amor por la religión del pueblo, por su talento para celebrar y descubrir la presencia de lo divino con diversas acciones y en múltiples signos, íconos de lo sagrado. Por favor, que no andemos persiguiendo o buscando algo para acusar esa piedad, de la que somos fruto y debemos aprender y, en todo caso, contribuir a mejorar, haciendo crecer lo que ya tiene de bueno.

 

Líbranos, Virgencita, de prejuicios nocivos y de palabras mentirosas, que nos alejan de respetarnos y de enriquecernos con nuestras diferencias culturales y personales. Sálvanos de cualquier pensamiento y actitud negativa, que no nos permita vivir como buenos hijos tuyos y hermanos de todos.

 

Haz que siempre consideremos más dignos a los demás y que, sin dejar de ver lo que pueda limitar su ser, valoremos sus capacidades y colaboremos a su despliegue. Te lo pedimos para todos, pero especialmente para los que ejercen mayor poder y tienen más responsabilidades sobre vidas ajenas. Particularísimamente, te lo suplicamos, para los que representan a Cristo en la tierra, rogando los hagas perseverar en la oración y servicio, siempre iluminador por Ti.

 

Y si nos toca padecer alguna injusticia, cualquiera que sea, concédenos las gracias de saber estar contigo y de confiar en tu intervención. Tenemos la seguridad de que, más bien temprano que tarde, precisamente en el momento más conveniente, siempre con tus visitas pones las cosas en su lugar.

 

Partiendo de todo lo anterior, se puede dar lugar a comentarios o a preguntas de viva voz. Otra posibilidad es que, cada uno, recuerde o anote las apreciaciones o interrogantes que se le van ocurriendo, para luego compartirlas o buscar su respuesta.

 

En un momento de silencio y de encuentro entrañable con Nuestra Señora de Guadalupe y con San Juan Diego Cuauhtlatoatzin, pedimos por la santidad de algún obispo, sacerdote, posible vocación o de alguien que participe en el servicio pastoral de la Iglesia. Con posterioridad podríamos tener algún otro gesto amical para con la persona encomendada.

 

En este silencio, agradecemos y pedimos además, por intercesión de Nuestra Madre y de su mensajero, lo que nos parezca oportuno.

 

Como un signo de que consagramos nuestros pueblos y personas para que se haga en todos y cada uno de nosotros el plan de Dios, mientras cantamos o leemos en voz baja la letra del poema que está a continuación, podemos pasar a ofrecer una flor a Nuestra Señora de Guadalupe y a San Juan Diego Cuauhtlatoatzin y/o a tocar o besar sus imágenes.

 

Desde el cielo una hermosa mañana (2 veces),
la Guadalupana, la Guadalupana, la Guadalupana bajó al Tepeyac (2 veces).

Suplicante juntaba sus manos (2 veces)
y eran mexicanos y eran mexicanos y eran mexicanos su porte y su faz (2 veces).

Su llegada llenó de alegría (2 veces),
de luz y armonía, de luz y armonía, de luz y armonía todo el Anahuac (2 veces).

Junto al monte pasaba Juan Diego (2 veces)
y acercóse luego y acercóse luego y acercóse luego al oír cantar (2 veces).

Juan Dieguito, la Virgen le dijo (2 veces):
“este cerro elijo, este cerro elijo, este cerro elijo para hacer mi altar” (2 veces).

Y en la tilma entre rosas pintada (2 veces),
su imagen amada, su imagen amada, su imagen amada se dignó dejar (2 veces).

Desde entonces para el mexicano (2 veces),
ser guadalupano, ser guadalupano, ser guadalupano es algo esencial (2 veces).

En sus penas se postra rezando (2 veces)

y eleva sus ojos y eleva sus ojos y eleva sus ojos hacia el Tepeyac (2 veces).

 

Para finalizar rezamos la siguiente oración o alguna otra que se considere apropiada.

 

Dios, Padre de misericordias, que constituyes y edificas a tu Pueblo por la visita y bajo el Amor de Nuestra Santísima Madre de Guadalupe, concédenos por su intercesión, ser una comunidad fervorosa en la fe, la esperanza y la caridad, abierta a los diferentes modos de ser y enriquecida por ellos. Una Iglesia cordial, capaz de dialogar con todos y de suscitar su protagonismo, que encarnando de este modo tu santa voluntad, y al sembrar así caminos de vida, fraternidad y felicidad, esté al servicio de impregnar de Evangelio el corazón de las culturas y de las personas.

 

Que la Madre de Jesús y Madre Nuestra nos eduque, y nos haga entonces un Pueblo de peregrinos y humildes embajadores suyos como San Juan Diego Cuauhtlatoatzin. Mensajeros muy dignos de confianza, que estando con Ella y haciéndola presente, aprendamos de los más pobres a recibir, buscar y compartir, la salvación y realidades divinas, desde nuestra particular tradición e identidad.

 

Te lo pedimos Padre, por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén.

 

 

 

 

 

Sexto día:
el tío Juan Bernardino, símbolo del pueblo que pasa de la postración de muerte al movimiento de vida.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Mientras rezamos la siguiente oración, podemos encender una vela a Nuestra Señora de Guadalupe y a San Juan Diego Cuauhtlatoatzin

 

Dios te salve María, llena eres de Gracia, el Señor es contigo, bendita Tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.

 

Santa María, Madre de Dios y Madre Nuestra, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.

 

A continuación, a una o a varias voces, leemos,  proclamamos o representamos una parte de la historia de las apariciones de Nuestra Señora de Guadalupe.

 

 

Y al día siguiente, Lunes, cuando debía llevar Juan Diego alguna señal para ser creído, ya no volvió. Porque cuando fué a llegar a su casa, a su tío, de nombre Juan Bernardino, se le había asentado la enfermedad, y estaba muy grave.

 

Aún fué a llamarle al médico, aún hizo por él, pero ya no era tiempo, ya estaba muy grave. Y cuando anocheció, le rogó su tío que cuando aún fuera de madrugada, cuando aún estuviera oscuro, saliera a llamar a Tlatilolco algún Sacerdote para que fuera a confesarlo, para que fuera a prepararlo, porque estaba seguro de que ya era el tiempo, ya el lugar de morir, porque ya no se levantaría, ya no se curaría.

 

Y el Martes, siendo todavía mucho muy de noche, de allá vino a salir, de su casa, Juan Diego, a llamar el Sacerdote a Tlatilolco, y cuando ya acertó a llegar al lado del cerrito terminación de la sierra, al pie, donde sale el camino, de la parte en que el sol se mete, en donde antes él saliera, dijo:

 

“Si me voy derecho por el camino, no vaya a ser que me vea esta Señora y seguro, como antes, me detendrá para que le lleve la señal al gobernante eclesiástico como me lo mandó; que primero nos deje nuestra tribulación; que antes yo llame de prisa al Sacerdote religioso; mi tío no hace más que aguardarlo”.

 

Enseguida le dió la vuelta al cerro, subió por en medio y de ahí atravesando, hacia la parte oriental fue a salir, para rápido ir a llegar a México para que no lo detuviera la Reina del Cielo. Piensa que por donde dió la vuelta no lo podrá ver la que perfectamente a todas partes está mirando.

 

La vió cómo vino a bajar de sobre el cerro, y que de allí lo había estado mirando, de donde antes lo veía. Le vino a salir al encuentro a un lado del cerro, le vino a atajar los pasos; le dijo:

 

“¿Qué pasa, el más pequeño de mis hijos? ¿A dónde vas, a dónde te diriges?”. Y él, ¿tal vez un poco apenado, o quizá se avergonzó?, ¿o tal vez de ello se espantó, se puso temeroso?

 

En su presencia se postró, la saludó, le dijo: “Mi Jovencita, Hija mía la más pequeña, Niña mía, ojalá que estés contenta; ¿cómo amaneciste? ¿Acaso sientes bien tu amado cuerpecito, Señora mía, Niña mía? Con pena angustiaré tu rostro, tu corazón; te hago saber, Muchachita mía, que está muy grave un servidor tuyo, tío mío.

 

Una gran enfermedad se le ha asentado, seguro que pronto va a morir de ella. Y ahora iré de prisa a tu casita de México, a llamar a alguno de los amados de Nuestro Señor, de nuestros Sacerdotes, para que vaya a confesarlo y a prepararlo, porque en realidad para ello nacimos, los que vinimos a esperar el trabajo de nuestra muerte.

 

Más, si voy a llevarlo a efecto, luego aquí otra vez volveré para ir a llevar tu aliento, tu palabra, Señora, Jovencita mía. Te ruego me perdones, tenme todavía un poco de paciencia, porque con ello no te engaño, Hija mía la menor, Niña mía, mañana sin falta vendré a toda prisa”.

 

En cuanto oyó las razones de Juan Diego, le respondió la Piadosa Perfecta Virgen:

 

“Escucha, ponlo en tu corazón hijo mío el menor, que no es nada lo que espanto, lo que te afligió que no se perturbe tu rostro, tu corazón; no temas esta enfermedad, ni ninguna otra cosa punzante, aflictiva.

 

¿No estoy aquí, yo, que soy tu madre? ¿No estás bajo mi sombra y resguardo? ¿No soy la fuente de tu alegría? ¿No estás en el hueco de mi manto, en el cruce de mis brazos? ¿Tienes necesidad de alguna otra cosa?

Que ninguna otra cosa te aflija, te perturbe; que no te apriete con pena la enfermedad de tu tío, porque de ella no morirá por ahora. Ten por cierto que ya está bueno”. (Y luego en aquél mismo momento sanó su tío, como después se supo).

Y Juan Diego, cuando oyó la amable palabra, el amable aliento de la Reina del Cielo, muchísimo con ello se consoló, bien con ello se apaciguó su corazón, y le suplicó que inmediatamente la mandara a ver al Gobernante Obispo, a llevarle algo de señal, de comprobación, para que creyera.

 

 

Para ir viviendo y comprendiendo más profundamente tan milagrosa historia, se pueden leer o comentar, todas o algunas, de las siguientes explicaciones.

 

En este día vemos cómo Juan Diego Cuauhtlatoatzin está apurado por hacer llegar la ayuda de Dios a su tío Juan Bernardino, que está moribundo. Los indios consideraban que los ancianos eran los portadores de la verdad que daba vida, hacía crecer y llevaba a madurez al pueblo. “Colhua”, “Colli-hua”, o “el que tiene abuelos” era el equivalente psicológico de “nelly” o “verdadero”, que equivale a “el que tiene raíz”. Particularmente el tío, entre los mexicas, era la persona que marcaba la descendencia, como para nosotros hoy el papá, y que se consideraba la raíz y origen de la comunidad.

 

Sabemos que la dolencia que lo afectaba, repentina y fulminante, es el sarampión. Una de las tantas pestes traídas por el europeo y para la cual los indios no tenían defensas. En tanto que enfermo, y desde una mirada india, “imagen” de dios; la persona y situación de Juan Bernardino, reales e históricas, son tanto símbolo del pueblo indio y su circunstancia, como de aquello que principalmente la ha causado. Su corazón o parte dinámica está segura del fin de su historia, los indígenas quieren dejar de nacer y de vivir, pues se sienten paralizados ante el colapso cultural y mal integral que les ha provocado el choque con el exclusivismo español. Actitud esta última, hemos ya contemplado, que al despreciar toda la antigua religión y sabiduría de los naturales de América, que enseñadas por sus mayores, daban base, sostén y sentido a su existencia, los sumergía en una situación de completa desorientación y muerte.

 

Nuestra Señora de Guadalupe, que siempre está “mirando perfectamente y muy bien a todos y a todo”, se interpone en el camino del indio. Sale al cruce de ese dolor mortal, de ese no querer demorarse de Juan Diego para conseguir más rápido un sacerdote que atendiera a su tío moribundo. Ella se interpone a ese apuro que hacía que el indio quisiera evitarla porque no podría satisfacerla; a esa angustia por la que él pretendía “dar la vuelta al cerro” y esquivar los ojos de la Virgencita, a su misma persona y a su envío. Y Ella sale al cruce precisamente para modificar la historia, para sanar y salvar al tío Juan Bernardino y a todos los de su raza,  librándolos del trauma provocado por la intransigencia e intolerancia europea, devolviéndoles el movimiento y restaurando sus vidas. Sale al cruce para anunciarles y anunciarnos el gozo de que estamos siempre bajo su Amor y protección, y que por eso nada debemos temer.

 

Es más, veremos más adelante que Nuestra Señora de Guadalupe le concede a Juan Bernardino el importantísimo privilegio de hacerlo también su embajador y mensajero, al revelarle para que lo transmita, tanto su nombre como el de todo el acontecimiento (ver Esta obra, subtítulo “Noveno día”). El acontecimiento guadalupano, que restablece también así el digno y respetable lugar de los ancianos y de la autoridad de su testimonio y palabra, y pasa a ser una de esas raíces vivificantes que eran enseñadas por ellos. De este modo, se expresa claramente que lo enseñado por el viejo tío y por todo el pueblo, hecho ya simbólicamente en él receptor, custodio y difusor de la visita de Nuestra Madre, sigue teniendo valor para dar forma a la existencia comunitaria y de cada uno y, que incluso, en este caso, es también una enseñanza bien recibida por algunos españoles.

 

Se sugiere emplear algunos minutos para orar y meditar, en forma personal e interior, todo lo que nos va manifestando la profundidad del Nican mopohua. Luego, podrían decirse o pronunciarse las plegarias que siguen.

 

Gracias, Madre, por estar mirando con Amor Misericordioso nuestras situaciones colectivas y personales. Gracias, porque siempre te haces presente en nuestro camino para alcanzarnos la salvación, la salud, el consuelo y los desafíos de Dios. Para “apaciguar nuestros corazones” y sacarnos de todo aquello que nos amarga y deja postrados. Para rescatarnos también de nuestros miedos y apuros mortales, de todas nuestras urgencias, a veces no tan buenas y elogiables como la de San Juan Diego Cuauhtlatoatzin.

 

Que tu ejemplo, por favor, nos movilice a ser una Iglesia servidora. Una Iglesia capaz de salir al cruce con generosidad, aun cuando quieran esquivarnos, de los pasos y dolores de los pueblos y de las personas. Una comunidad capaz de llenarlos con los regalos del Señor, para que sean transformados en fuente de una existencia plena y de vida abundante.

 

Haznos de esta manera, un Pueblo comunicador de la justificación y perdón divinos, difusor de la gracia; es decir, de esa semejanza de y con su naturaleza, que Dios nos participa y con la que nos transforma y auxilia. Un Pueblo que sea trasmisor magnánimo de esa fuerza misteriosa que viene de Él y que, penetrando hasta lo más íntimo de nuestra naturaleza, diviniza todo nuestro ser y facultades, para que podamos encarnar acciones virtuosas y bellas, para que podamos existir y obrar cristianamente, con y en el Amor.

 

Ayúdanos, al vivir lo anterior, a cuidar con esmero a nuestros mayores y a dejarnos siempre guiar por su experiencia de vida, por su memoria, que es la memoria del pueblo. Y concédenos ver y servir a Jesús, también con especial entrega, en los que están o se sienten enfermos, explotados o deprimidos.

 

Partiendo de todo lo anterior, se puede dar lugar a comentarios o a preguntas de viva voz. Otra posibilidad es que, cada uno, recuerde o anote las apreciaciones o interrogantes que se le van ocurriendo, para luego compartirlas o buscar su respuesta.

 

En un momento de silencio y de encuentro entrañable con Nuestra Señora de Guadalupe y con San Juan Diego Cuauhtlatoatzin, suplicamos por alguna persona anciana, enferma, pobre o necesitada. Luego podríamos visitarla, ofrecer por ella algún otro acto de caridad y/o ayudar, si fuera necesario, para que recibiera el Perdón de los pecados, la Comunión y la Unción de los enfermos.

 

En este silencio, agradecemos y pedimos además, por intercesión de Nuestra Madre y de su mensajero, lo que nos parezca oportuno.

 

Como un signo de que consagramos nuestros pueblos y personas para que se haga en todos y cada uno de nosotros el plan de Dios, mientras cantamos o leemos en voz baja la letra del poema que está a continuación, podemos pasar a ofrecer una flor a Nuestra Señora de Guadalupe y a San Juan Diego Cuauhtlatoatzin y/o a tocar o besar sus imágenes.

 

Desde el cielo una hermosa mañana (2 veces),
la Guadalupana, la Guadalupana, la Guadalupana bajó al Tepeyac (2 veces).

Suplicante juntaba sus manos (2 veces)
y eran mexicanos y eran mexicanos y eran mexicanos su porte y su faz (2 veces).

Su llegada llenó de alegría (2 veces),
de luz y armonía, de luz y armonía, de luz y armonía todo el Anahuac (2 veces).

Junto al monte pasaba Juan Diego (2 veces)
y acercóse luego y acercóse luego y acercóse luego al oír cantar (2 veces).

Juan Dieguito, la Virgen le dijo (2 veces):
“este cerro elijo, este cerro elijo, este cerro elijo para hacer mi altar” (2 veces).

Y en la tilma entre rosas pintada (2 veces),
su imagen amada, su imagen amada, su imagen amada se dignó dejar (2 veces).

Desde entonces para el mexicano (2 veces),
ser guadalupano, ser guadalupano, ser guadalupano es algo esencial (2 veces).

En sus penas se postra rezando (2 veces)
y eleva sus ojos y eleva sus ojos y eleva sus ojos hacia el Tepeyac (2 veces).

 

Para finalizar rezamos la siguiente oración o alguna otra que se considere apropiada.

 

Dios, Padre de misericordias, que constituyes y edificas a tu Pueblo por la visita y bajo el Amor de Nuestra Santísima Madre de Guadalupe, concédenos por su intercesión, ser una comunidad fervorosa en la fe, la esperanza y la caridad, abierta a los diferentes modos de ser y enriquecida por ellos. Una Iglesia cordial, capaz de dialogar con todos y de suscitar su protagonismo, que encarnando de este modo tu santa voluntad, y al sembrar así caminos de vida, fraternidad y felicidad, esté al servicio de impregnar de Evangelio el corazón de las culturas y de las personas.

 

Que la Madre de Jesús y Madre Nuestra nos eduque, y nos haga entonces un Pueblo de peregrinos y humildes embajadores suyos como San Juan Diego Cuauhtlatoatzin. Mensajeros muy dignos de confianza, que estando con Ella y haciéndola presente, aprendamos de los más pobres a recibir, buscar y compartir, la salvación y realidades divinas, desde nuestra particular tradición e identidad.

 

Te lo pedimos Padre, por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén.

 

 

 

 

Séptimo día:
las flores de Dios, realidad y signo de su salvación y pascua.

 

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Mientras rezamos la siguiente oración, podemos encender una vela a Nuestra Señora de Guadalupe y a San Juan Diego Cuauhtlatoatzin.

 

Dios te salve María, llena eres de Gracia, el Señor es contigo, bendita Tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.

Santa María, Madre de Dios y Madre Nuestra, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.

A continuación, a una o a varias voces, leemos,  proclamamos o representamos una parte de la historia de las apariciones de Nuestra Señora de Guadalupe.

 

Y la Reina Celestial luego le mandó [a Juan Diego] que subiera a la cumbre del cerrillo, en donde antes la veía;

Le dijo: “Sube, hijo mío el menor a la cumbre del cerrillo, a donde me viste y te dí órdenes; allí verás que hay variadas flores: córtalas, reúnelas, ponlas todas juntas; luego baja aquí; tráelas aquí, a mi presencia”. Y Juan Diego luego subió al cerrillo, y cuando llegó a la cumbre, mucho admiró cuantas había, florecidas, abiertas sus corolas, flores las más variadas, bellas y hermosas, cuando todavía no era su tiempo; porque de veras que en aquella sazón arreciaba el hielo;estaban difundiendo un olor suavísimo; como perlas preciosas, como llenas de rocío nocturno.

Luego comenzó a cortarlas, todas las juntó, las puso en el hueco de su tilma.Por cierto que en la cumbre del cerrito no era lugar en que se dieran ningunas flores, sólo abundan los riscos, abrojos, espinas; nopales, mezquites,y si acaso algunas hierbecillas se solían dar, entonces era el mes de Diciembre, en que todo lo come, lo destruye el hielo.

Y en seguida vino a bajar, vino a traerle a la Niña Celestial las diferentes flores que había ido a cortar,y cuando las vió, con sus venerables manos las tomó;luego otra vez se las vino a poner todas juntas en el hueco de su ayate, le dijo:“Mi hijito menor, éstas diversas flores son la prueba, la señal que llevarás al Obispo;de mi parte le dirás que vea en ellas mi deseo, y que por ello realice mi querer, mi voluntad.Y tú... tu que eres mi mensajero... en tí absolutamente se deposita la confianza,y mucho te mando con rigor que nada más a solas, en la presencia del Obispo, extiendas tu ayate, y le enseñes lo que llevas.

Y le contarás todo puntualmente, le dirás que te mandé que subieras a la cumbre del cerrito a cortar flores, y cada cosa que viste y admiraste,para que puedas convencer al Gobernante Sacerdote, para que luego ponga lo que está de su parte para que se haga, se levante mi templo que le he pedido”
.

Y en cuanto le dió su mandato la Celestial Reina, vino a tomar la calzada, viene derecho a México, ya viene contento.Ya así viene sosegado su corazón, porque vendrá a salir bien, lo llevará perfectamente.Mucho viene cuidando lo que está en el hueco de su vestidura, no vaya a ser que algo tire;viene disfrutando el aroma de las diversas preciosas flores.

 

Para ir viviendo y comprendiendo más profundamente tan milagrosa historia, se pueden leer o comentar, todas o algunas, de las siguientes explicaciones.

 

Hemos meditado ya en parte, cómo Nuestra Señora de Guadalupe suscita con su visita el paso de una situación de muerte y desaparición histórica (de lado indio) y de escasa fecundidad misionera (de lado español), a una de vida del pueblo y de mayor plenitud eclesial. Esta Pascua, la dimensión salvadora de este acontecimiento, es también simbolizada y expresada por el Tepeyac florecido, en un tiempo y lugar, en que era imposible que eso ocurriera.

 

La intervención Nuestra Madre culmina con preciosas flores o rosas (dos términos que significaban lo mismo en el México del siglo XVI), lo que ha comenzado a realizar y manifestar con los cantos de pájaros sagrados, indicando de este modo que iniciaba algo sobrenatural y muy positivo. “Flor y canto” eran las dos palabras, el difrasismo, que usaban y usan los indios para expresar y concebir lo verdadero y bueno existente sobre la tierra, aquello que sacia y colma remitiendo a la verdad y bondad por antonomasia, que es la del Ser supremo.

 

La sequedad y el frío seco hacían especialmente maravillosas esas flores de Dios en ese sitio y en ese tiempo: en invierno, y donde hay “riscos, abrojos, huizaches, nopales, mezquites” decididamente “no es lugar donde se den flores”. Esto último refuerza el mensaje salvador, si tenemos en cuenta que al mezquite se lo considera el árbol de la muerte, porque se dice en náhuatl “mizquitl” y así remite en dicha lengua indígena, por correspondencia de sonido, a “miquiztli” o muerte. Entonces el hecho de que el Tepeyac sea lugar propio de mezquites, que luego, por la intervención de Nuestra Señora de Guadalupe se llena de flores preciosas, es otro detalle que indica también ese asombroso paso de la muerte a la vida; paso que hizo dar Ella a los indios, al devolverles la fe, y a los españoles, de modo semejante, al hacer que dieran muchos frutos sus esfuerzos evangelizadores.

 

Para los indios, las flores de Dios, realmente arraigadas y cortadas en la tierra, constituían la realización de la máxima ventura que podía caber al hombre: la comunión efectiva y definitiva con Él y con el mundo divino. Los indios estaban convencidos de que algún sabio noble podía llegar a percibir fugazmente algo de ellas, e incluso a compartir efímeramente esa visión y esas flores; aunque sólo con otros de su misma condición. Pero en este caso y superando lo anterior, la Virgencita las hace crecer en el cerro, manda a Juan Diego Cuauhtlatoatzin que las corte y, luego, se las acomoda en su tilma; y en sus personas y en su vestiduras (de Ella y su mensajero), contemplaremos cómo serán la señal para el obispo, al mismo tiempo que las regalarán y ofrecerán, comenzando por los más sufridos, a todos los habitantes del mundo; sean cuáles fueren sus conocimientos y situación social.

 

Las flores de Dios es lo que siempre habían buscado y anhelado los indios, y es con ellas como la Reina del Cielo, ayudada por su embajador, está acercando a su Hijo y la salvación que Él nos trae; como está mediándonos la gracia, aquello que nos hace hijos en el Hijo. Es así Nuestra Madre junto a Juan Diego, el cultivo de nuestro vínculo con Ella y con sus hijos más sencillos; una posibilidad cierta de ser otros Cristos y de una existencia repleta en obras de misericordia. Un camino seguro que nos conduce a la identificación con Jesús, y nos hace conocerlo vitalmente.

 

Se sugiere emplear algunos minutos para orar y meditar, en forma personal e interior, todo lo que nos va manifestando la profundidad del Nican mopohua. Luego, podrían decirse o pronunciarse las plegarias que siguen.

 

Gracias, Madre, por todo lo que nos obsequia tu presencia; por la Vida y dones que nos alcanzas de Dios, al dar a luz a Jesús en nuestras comunidades y personas. Edúcanos en Él, concediéndonos ser peregrinos como San Juan Diego Cuauhtlatoatzin, capaces de ver, admirar, recibir, cuidar, gozar, llevar y compartir como este mensajero, lo que nos traes y das mientras vamos hacia lo eterno. Por favor, fecunda de esta manera a todo el Pueblo de Dios, para que seamos sendero de encuentro con tu Hijo; al dar muchas flores y frutos de santidad, que a la vez orienten, beneficien y alimenten la unión de toda la familia humana.

 

En particular, facilitando lo más posible el acceso a los Sacramentos, que significan y eficazmente causan la gracia. Favoreciendo la vivencia de esos gestos sensibles, que Dios regaló a su Iglesia para darlos, y con los que Cristo mismo, en la persona de sus ministros, se hace visible y especialmente presente para salvar, acompañar y fecundar, a las mujeres y a los hombres, a lo largo de su caminar. Siendo entonces misericordiosos a la hora de iniciar en la vida cristiana y de alimentarla, con el Bautismo, la Comunión y la Confirmación; al momento de reanimarla o fortalecerla con la Reconciliación o Perdón de los pecados y con la Unción de los enfermos; al tiempo, si fuera el caso, de especificarla en el Matrimonio o el Orden Sagrado.

 

Que así, dialogando siempre contigo, Madre, y con los más pobres, seamos para todos fragancia, olor, preciosura, rocío, que contribuya a empapar y traspasar las dimensiones de nuestra existencia con lo divino. Y a construir el mundo y la historia, en lo que dependan de nuestras comunidades y de cada uno de nosotros, de un modo más coherente con el Dios Amor y su benévolo designio de salvación  universal.

 

Partiendo de todo lo anterior, se puede dar lugar a comentarios o a preguntas de viva voz. Otra posibilidad es que, cada uno, recuerde o anote las apreciaciones o interrogantes que se le van ocurriendo, para luego compartirlas o buscar su respuesta.

 

 

En un momento de silencio y de encuentro entrañable con Nuestra Señora de Guadalupe y con San Juan Diego Cuauhtlatoatzin, pedimos por algún niño o adulto que tenga que completar su Iniciación Cristiana. Luego podemos ayudar a poner los medios necesarios para que esa persona efectivamente reciba los Sacramentos del Bautismo, la Comunión y/o la Confirmación.

 

En este silencio, agradecemos y pedimos además, por intercesión de Nuestra Madre y de su mensajero, lo que nos parezca oportuno.

 

Como un signo de que consagramos nuestros pueblos y personas para que se haga en todos y cada uno de nosotros el plan de Dios, mientras cantamos o leemos en voz baja la letra del poema que está a continuación, podemos pasar a ofrecer una flor a Nuestra Señora de Guadalupe y a San Juan Diego Cuauhtlatoatzin y/o a tocar o besar sus imágenes.

 

Desde el cielo una hermosa mañana (2 veces),
la Guadalupana, la Guadalupana, la Guadalupana bajó al Tepeyac (2 veces).

Suplicante juntaba sus manos (2 veces)
y eran mexicanos y eran mexicanos y eran mexicanos su porte y su faz (2 veces).
Su llegada llenó de alegría (2 veces),
de luz y armonía, de luz y armonía, de luz y armonía todo el Anahuac (2 veces).
Junto al monte pasaba Juan Diego (2 veces)
y acercóse luego y acercóse luego y acercóse luego al oír cantar (2 veces).
Juan Dieguito, la Virgen le dijo (2 veces):
“este cerro elijo, este cerro elijo, este cerro elijo para hacer mi altar” (2 veces).
Y en la tilma entre rosas pintada (2 veces),
su imagen amada, su imagen amada, su imagen amada se dignó dejar (2 veces).
Desde entonces para el mexicano (2 veces),
ser guadalupano, ser guadalupano, ser guadalupano es algo esencial (2 veces).

En sus penas se postra rezando (2 veces)
y eleva sus ojos y eleva sus ojos y eleva sus ojos hacia el Tepeyac (2 veces).

 

Para finalizar rezamos la siguiente oración o alguna otra que se considere apropiada.

 

Dios, Padre de misericordias, que constituyes y edificas a tu Pueblo por la visita y bajo el Amor de Nuestra Santísima Madre de Guadalupe, concédenos por su intercesión, ser una comunidad fervorosa en la fe, la esperanza y la caridad, abierta a los diferentes modos de ser y enriquecida por ellos. Una Iglesia cordial, capaz de dialogar con todos y de suscitar su protagonismo, que encarnando de este modo tu santa voluntad, y al sembrar así caminos de vida, fraternidad y felicidad, esté al servicio de impregnar de Evangelio el corazón de las culturas y de las personas.

Que la Madre de Jesús y Madre Nuestra nos eduque, y nos haga entonces un Pueblo de peregrinos y humildes embajadores suyos como San Juan Diego Cuauhtlatoatzin. Mensajeros muy dignos de confianza, que estando con Ella y haciéndola presente, aprendamos de los más pobres a recibir, buscar y compartir, la salvación y realidades divinas, desde nuestra particular tradición e identidad.

Te lo pedimos Padre, por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén.

 

 

 

Octavo día:
la Sagrada Imagen, comunión con Dios y visita que continúa.

 

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén

Mientras rezamos la siguiente oración, podemos encender una vela a Nuestra Señora de Guadalupe y a San Juan Diego Cuauhtlatoatzin.

 

Dios te salve María, llena eres de Gracia, el Señor es contigo, bendita Tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.

 

Santa María, Madre de Dios y Madre Nuestra, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.

 

A continuación, a una o a varias voces, leemos,  proclamamos o representamos una parte de la historia de las apariciones de Nuestra Señora de Guadalupe.

 

Cuando [Juan Diego] vino a llegar al Palacio del Obispo, lo fueron a encontrar el portero y los demás servidores del Sacerdote Gobernante, y les suplicó que le dijeran cómo deseaba verlo, pero ninguno quiso; fingían que no le entendían, o tal vez porque aún estaba muy oscuro; o tal vez porque ya lo conocían que nomás los molestaba, los importunaba, y ya les habían contado sus compañeros, los que lo fueron a perder de vista cuando lo fueron siguiendo.

Durante muchísimo rato estuvo esperando la razón.

 

Y cuando vieron que por muchísimo rato estuvo allí, de pie, cabizbajo, sin hacer nada, por si era llamado, y como que algo traía, lo llevaba en el hueco de su tilma; luego pues, se le acercaron para ver qué traía y desengañarse.

 

Y cuando vió Juan Diego que de ningún modo podía ocultarles lo que llevaba y que por eso lo molestarían, lo empujarían o tal vez lo aporrearían, un poquito les vino a mostrar que eran flores.

 

Y cuando vieron que todas eran finas, variadas flores y que no era tiempo entonces de que se dieran, las admiraron mucho, lo frescas que estaban, lo abiertas que tenían sus corolas, lo bien que olían, lo bien que parecían.

 

Y quisieron  tomar y sacar unas cuantas; tres veces sucedió que se atrevieron a tomarlas, pero de ningún modo pudieron hacerlo, porque cuando hacían del intento ya no podían ver las flores, sino que, a modo de pintadas, o bordadas, o cosidas en la tilma las veían.

 

Inmediatamente fueron a decirle al Gobernante Obispo lo que habían visto, cómo deseaba verlo el indito que otras veces había venido, y que ya hacía muchísimo rato que estaba allí aguardando el permiso, porque quería verlo.

 

El Gobernante Obispo, en cuanto lo oyó, dió en la cuenta de que aquello era la prueba para convencerlo, para poner en obra lo que solicitaba el hombrecito.

En seguida dió orden de que pasara a verlo. Y habiendo entrado en su presencia se postró, como ya antes lo había hecho. Y de nuevo le contó lo que había visto, admirado, y su mensaje.

 

Le dijo: “Señor mío, Gobernante, ya hice, ya llevé a cabo según me mandaste;

así fuí a decirle a la Señora mi Ama, la Niña Celestial, Santa María, la Amada Madre de Dios, que pedías una prueba para poder creerme, para que le hicieras su casita sagrada, en donde te la pedía que la levantaras; y también le dije que te había dado mi palabra de venir a traerte alguna señal, alguna prueba de su voluntad, como me lo encargaste.

 

Y escuchó bien tu aliento, tu palabra, y recibió con agrado tu petición de la señal, de la prueba, para que se haga, se verifique su amada voluntad. Y ahora, cuando era todavía de noche, me mandó para que otra vez viniera a verte; y le pedí la prueba para ser creído, según había dicho que me la daría, e inmediatamente lo cumplió.

 

Y me mandó a la cumbre del cerrito en donde antes yo la había visto, para que allí cortara diversas rosas de Castilla. Y cuando las fuí a cortar, se las fuí a llevar allá abajo; y con sus santas manos las tomó, de nuevo en el hueco de mi ayate las vino a colocar, para que te las viniera a traer, para que a tí personalmente te las diera.

 

Aunque bien sabía yo que no es lugar donde se den flores la cumbre del cerrito, porque sólo hay abundancia de riscos, abrojos, huizaches, nopales, mezquites, no por ello dudé, no por ello vacilé. Cuando fuí a llegar a la cumbre del cerrito miré que ya era el paraíso. Allí estaban ya perfectas todas las diversas flores preciosas, de lo más fino que hay, llenas de rocío, esplendorosas, de modo que luego las fuí a cortar; y me dijo que de su parte te las diera, ya que ya así yo probaría, que vieras la señal que le pedías para realizar su amada voluntad, y para que aparezca que es verdad mi palabra, mi mensaje, aquí las tienes; hazme favor de recibirlas”.

 

Y luego extendió su blanca tilma, en cuyo hueco había colocado las flores. Y así como cayeron al suelo todas las variadas flores preciosas, luego allí se convirtió en señal, se apareció de repente la Amada Imagen de la Perfecta Virgen Santa María, Madre de Dios, en la forma y figura en que ahora está, en donde ahora es conservada en su amada casita, en su sagrada casita en el Tepeyac, que se llama Guadalupe.

 

Para ir viviendo y comprendiendo más profundamente tan milagrosa historia, se pueden leer o comentar, todas o algunas, de las siguientes explicaciones.

 

Las flores, por ser manifestación de la presencia y cercanía divina, les resultaban a los indios muy apreciadas y amables; y eran para ellos objeto de mucha gratitud y estima. Así, las arreglaban para contemplarlas, intercambiarlas y acompañar regalos. Es más, pensaban que, a través de la mediación humana, Dios creaba las cosas pintándolas con flores.

 

Nuestra Señora de Guadalupe, asume esa estima y modos de proceder, tanto humano como divino según ellos, y se obsequia entre flores. Se estampa entonces, como códice, con y en aquellas flores que Ella hizo maravillosamente crecer en el Tepeyac, y que con tanta fe había ido a cortar Juan Diego Cuauhtlatoatzin. Estampa y regala su pintura, acompañada por esas rosas que Ella misma había arreglado en la tilma de su embajador, y se manifiesta de esta forma luego de que el indio las transportara hasta la presencia del obispo.

 

Esas flores o rosas son las mismas que unos momentos antes le han querido arrebatar a Juan Diego los cercanos a Fray Juan de Zumárraga, reiteradamente y sin éxito, pues de la Sagrada Tilma no pueden tomarlas con sus manos. Dichas flores también de esta manera, simbolizan y son, el florecimiento de las buenas raíces de la religiosidad prehispánica, que vivían, conocían y conservaban con fidelidad todos los indios; de esas prácticas y certezas que la Virgencita plenifica, haciéndolas brotar y abrir sus corolas, pero con delicadeza, de un modo imperceptible y no hiriente para la teología de los europeos, que querían extirparlas.

 

Es por eso que las flores, generando la Imagen de Nuestra Señora de Guadalupe y pintadas en Ella, se convierten también, ante el prelado y sus ayudantes, en una señal y prueba de la voluntad de la Virgen y de Dios, que a ellos los hará arrodillarse inmediatamente y con mucha admiración. Esto ocurrió, porque nunca comprendieron en ese tiempo, que los indios vieron (y ven) en esas flores que la Madre dejó impresas en su vestido, las que siempre habían deseado y que con este acontecimiento les eran entregadas para saciar ese anhelo, resolver sus más profundos cuestionamientos existenciales y hacer continuar su historia.

 

De este modo, Nuestra Señora, hace de su Imagen saturada de flores, un espacio divino, fuente y río de salvación, en el que cualquiera que quiera hacerlo, en el momento que sea, podrá acceder a ellas al acercarse a su Sagrada Estampa, en la que aún podemos verlas y disfrutarlas. A la luz de todo lo expresado, vemos cómo la intervención de la Virgencita se asocia entonces a un acto salvador o creador de Dios, sobre cuya cercanía y presencia no deja ningún tipo de dudas.

 

Ahora bien, si las solas flores crecidas en el cerro ya hubieran parecido a cualquier indio el “non plus ultra” concebible del favor divino, con la estampación quedaron amplísimamente superadas, pues Dios les había otorgado una señal infinitamente  mejor y más contundente: ¡La Imagen de su Madre pintada en la tilma de uno de ellos!. Es que la imagen no era para los indios un mero recuerdo de alguien, sino su continuidad y viva prolongación; a su vez, la tilma también era símbolo de un sujeto o individuo.

La fusión de tilma e Imagen, si tenemos en cuenta entonces que ambas realidades son símbolo y sacramento de la persona, se constituye en una magistral adaptación a la cultura india, para expresar comunión de un modo mucho más vehemente que con las solas flores. Para expresar comunión con Dios a quienes eran muy sensibles respecto de lograr una unión permanente con la divinidad, y de ser siempre sus colaboradores y, más aún, sus familiares.

 

Todavía hoy, asombrosa e inexplicablemente, la tilma de Juan Diego Cuauhtlatoatzin no se ha destruido ni deteriorado; y esa mismísima Imagen de Nuestra Señora de Guadalupe, no pintada por mano humana, continúa aparecida en el Tepeyac, arrobando los corazones de los mexicanos y de peregrinos de todas las nacionalidades. Y así, en la actualidad, Ella sigue admirando y respondiendo, escuchando y generando plegarias, suscitando Evangelio encarnado y vida hecha Buena Noticia.

 

Podemos ver cómo la totalidad de la Preciosa Imagen de Nuestra Señora, su misma persona, es diálogo y mestizaje entre etnias y humanidades diferentes. Rezando con las manos juntas, a modo español, pero también a punto de iniciar una danza, que es para los indios la máxima forma de reverenciar a Dios, su rostro es mezcla de razas, y revelándose Madre de todos, asume eso sí, el color de sus hijos más humillados de ese momento. Es que en ese entonces ya había una gran cantidad de niñas y niños, de padre español y madre india, frutos en su mayoría de violaciones, que crecían rechazados y abandonados por sus progenitores.

 

Rostro moreno entonces, que al mismo tiempo que consuela, nos desafía a ser colaboradores del parto, nacimiento y crecimiento de un nuevo pueblo sin excluidos. Cara amable, que con su misericordiosa mirada de perfil, de sumo respeto, delicadeza y autoridad, nos sigue provocando a edificar un mundo mejor, en el que todos podamos tener un lugar, en el que nadie se quede afuera.

 

Se sugiere emplear algunos minutos para orar y meditar, en forma personal e interior, todo lo que nos va manifestando la profundidad del Nican mopohua. Luego, podrían decirse o pronunciarse las plegarias que siguen.

 

Gracias, Madre, por continuar tu visita y mensaje salvador al quedarte en la tilma de Juan Diego Cuauhtlatoatzin. Gracias a ese regalo, el santo indio te sigue haciendo encontrar con todos.

 

Concédenos, por favor, anunciar el Evangelio como él, contando tu historia y siendo los pies de tu Sagrada Imagen, que nos recibe, dignifica y desafía, al mostrarnos y conducirnos a tu Hijo. Ayúdanos, Niña celestial, tú que sigues asumiendo el modo de ser y la realidad de las mujeres y de los hombres, para generar diálogo y oración, a llevar, establecer y disfrutar siempre de tu persona y visita, construyendo de esta forma el Pueblo de Dios en todos los suelos culturales, empapando con Cristo tanto sus capas subterráneas como sus manifestaciones visibles.

 

Madre, al igual que Tú, haz que sepamos llegar a la entraña religiosa de las tradiciones y de tus hijas e hijos de nuestro tiempo, haciendo crecer y florecer las semillas del Verbo que hay en cada particularidad, y que efectivamente seamos así familia y colaboradores de Jesús, siendo su cuerpo y prolongación en la historia.

 

Que lo apreciado y amable, que aquello que mueva a gratitud en nuestro hoy, sea mediación para concretar nuestra misión eclesial, saciando todas las nobles aspiraciones.

 

Que hagamos todo lo anterior sin descuidar a ningún pueblo o individuo, pero desde el rostro y lugar de los más desamparados. Siendo Madre universal, pero cuidando especialmente y con más pronta solicitud, como lo hace cualquier buena mamá, a los hijos que la están pasando peor. 

 

Partiendo de todo lo anterior, se puede dar lugar a comentarios o a preguntas de viva voz. Otra posibilidad es que, cada uno, recuerde o anote las apreciaciones o interrogantes que se le van ocurriendo, para luego compartirlas o buscar su respuesta.

 

En un momento de silencio y de encuentro entrañable con Nuestra Señora de Guadalupe y con San Juan Diego Cuauhtlatoatzin, encomendamos a alguna persona, familia, grupo, comunidad o institución (escuela, hospital, comercio, etc.), a la que luego podremos obsequiar algunas medallas o estampitas y/o proponer entronizar alguna imagen, ya sea de la Virgencita, del santo indio o de ambos.

 

En este silencio, agradecemos y pedimos además, por intercesión de Nuestra Madre y de su mensajero, lo que nos parezca oportuno.

 

Como un signo de que consagramos nuestros pueblos y personas para que se haga en todos y cada uno de nosotros el plan de Dios, mientras cantamos o leemos en voz baja la letra del poema que está a continuación, podemos pasar a ofrecer una flor a Nuestra Señora de Guadalupe y a San Juan Diego Cuauhtlatoatzin y/o a tocar o besar sus imágenes.

 

Desde el cielo una hermosa mañana (2 veces),
la Guadalupana, la Guadalupana, la Guadalupana bajó al Tepeyac (2 veces).

Suplicante juntaba sus manos (2 veces)
y eran mexicanos y eran mexicanos y eran mexicanos su porte y su faz (2 veces).

Su llegada llenó de alegría (2 veces),
de luz y armonía, de luz y armonía, de luz y armonía todo el Anahuac (2 veces).

Junto al monte pasaba Juan Diego (2 veces)
y acercóse luego y acercóse luego y acercóse luego al oír cantar (2 veces).

Juan Dieguito, la Virgen le dijo (2 veces):
“este cerro elijo, este cerro elijo, este cerro elijo para hacer mi altar” (2 veces).

Y en la tilma entre rosas pintada (2 veces),
su imagen amada, su imagen amada, su imagen amada se dignó dejar (2 veces).

Desde entonces para el mexicano (2 veces),
ser guadalupano, ser guadalupano, ser guadalupano es algo esencial (2 veces).

En sus penas se postra rezando (2 veces)
y eleva sus ojos y eleva sus ojos y eleva sus ojos hacia el Tepeyac (2 veces).

 

 

Para finalizar rezamos la siguiente oración o alguna otra que se considere apropiada.

 

Dios, Padre de misericordias, que constituyes y edificas a tu Pueblo por la visita y bajo el Amor de Nuestra Santísima Madre de Guadalupe, concédenos por su intercesión, ser una comunidad fervorosa en la fe, la esperanza y la caridad, abierta a los diferentes modos de ser y enriquecida por ellos. Una Iglesia cordial, capaz de dialogar con todos y de suscitar su protagonismo, que encarnando de este modo tu santa voluntad, y al sembrar así caminos de vida, fraternidad y felicidad, esté al servicio de impregnar de Evangelio el corazón de las culturas y de las personas.

 

Que la Madre de Jesús y Madre Nuestra nos eduque, y nos haga entonces un Pueblo de peregrinos y humildes embajadores suyos como San Juan Diego Cuauhtlatoatzin. Mensajeros muy dignos de confianza, que estando con Ella y haciéndola presente, aprendamos de los más pobres a recibir, buscar y compartir, la salvación y realidades divinas, desde nuestra particular tradición e identidad.

 

Te lo pedimos Padre, por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén.

 

 

 

Noveno día:
el milagro guadalupano, madurez y armonía comunitaria y personal.

 

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

 

Mientras rezamos la siguiente oración, podemos encender una vela a Nuestra Señora de Guadalupe y a San Juan Diego Cuauhtlatoatzin.

 

Y en cuanto la vió [a la Amada Imagen de la Perfecta Virgen Santa María, Madre de Dios] el Obispo Gobernante y todos los que allí estaban, se arrodillaron, mucho la admiraron, se pusieron de pie para verla, se entristecieron, se afligieron, suspenso el corazón, el pensamiento...

 

Y el Obispo Gobernante con llanto, con tristeza, le rogó, le pidió perdón por no luego haber realizado su voluntad, su venerable aliento, su venerable palabra. Y cuando se puso de pie, desató el cuello de donde estaba atada, la vestidura, la tilma de Juan Diego en la que se apareció, en donde se convirtió en señal de la Reina Celestial.

 

Y luego la llevó; allá la fue a colocar a su oratorio. Y todavía allí pasó un día Juan Diego en la Casa del Obispo, aún lo detuvo. Y al día siguiente le dijo: “Anda, vamos a que muestres dónde es la voluntad de la Reina del Cielo que le erijan su templo”. De inmediato se convidó gente para hacerlo, levantarlo.

Y Juan Diego, en cuanto mostró en dónde había mandado la Señora del Cielo que se erigiera su casita sagrada, luego pidió permiso: quería ir a su casa para ir a ver a su tío Juan Bernardino, que estaba muy grave cuando lo dejó para ir a llamar a un sacerdote a Tlatilolco para que lo confesara y lo dispusiera, de quien le había dicho la Reina del Cielo que ya había sanado.

 

Pero no lo dejaron ir solo, sino que lo acompañaron a su casa. Y al llegar vieron a su tío que ya estaba sano, absolutamente nada le dolía. Y él, por su parte, mucho admiró la forma en que su sobrino era acompañado y muy honrado; le preguntó a su sobrino por qué así sucedía, el que mucho le honraran;

Y él dijo cómo cuando lo dejó para ir a llamarle un sacerdote para que lo confesara, lo dispusiera, allá en el Tepeyac se le apareció la Señora del Cielo; y lo mandó a México a ver al Gobernante Obispo, para que allí le hiciera una casa en el Tepeyac.

 

Le dijo que no se afligiera, que ya su tío estaba contento, y con ello mucho se consoló. Le dijo su tío que era cierto, que en aquel preciso momento lo sanó, y la vió exactamente en la misma forma en que se le había aparecido a su sobrino, y le dijo cómo a él también lo había enviado a México a ver al Obispo; y que también, cuando fuera a verlo, que todo absolutamente le descubriera, le platicara lo que había visto

y la manera maravillosa en que lo había sanado. Y que bien así la llamaría, bien así se nombraría: La Perfecta Virgen Santa María de Guadalupe, su Amada Imagen.

 

Y luego trajeron a Juan Bernardino a la presencia del Gobernante Obispo, lo trajeron a hablar con él, a dar testimonio, y junto con su sobrino Juan Diego, los hospedó en su casa el Obispo unos cuantos días, en tanto que se levantó la casita sagrada de la Niña Reina allá en el Tepeyac, donde se hizo ver de Juan Diego.

 

Para ir viviendo y comprendiendo más profundamente tan milagrosa historia, se pueden leer o comentar, todas o algunas, de las siguientes explicaciones.

 

Nuestra Señora de Guadalupe hace presente a su Hijo y la salvación que Él nos trae. Así, ayuda a conseguir la madurez colectiva e individual a los pueblos y a las  personas con las que interactúa. Forjando en ellos modos de ser y personalidades más plenas, cambia milagrosamente la finalidad de sus vinculaciones y engendra o concibe una nueva y común identidad, aún en nacimiento. Es de este modo como nos incentiva, a todos y para siempre, a tener cada vez más positivas y mejores  interrelaciones.

 

La Virgencita es también presentada, de este modo, como madre y educadora, que además de vivificar y reanimar a todos sus hijos, de colaborar con su salud y movimiento, los orienta a alcanzar el ideal de la educación del pueblo indio: tener, como ser colectivo y singular, “un rostro sabio y un corazón de piedra”. Es decir, a llegar a vivir siendo capaces de asumir el tiempo presente y sus novedades, en la permanente fidelidad a los conocimientos y creencias ancestrales; con una movilidad o vida enraizada en una voluntad firmemente anclada en el bien y en la verdad, para buscar de esta manera un futuro mejor y compartido, con mucha decisión.

 

La evangelizadora de América educa entonces a los que están bajo su sombra y resguardo; bajo su Amor y Mirada Misericordiosa, modificando sus decisiones y conocimientos; haciendo que se vean entre ellos de otro modo y se traten mejor. Ella, aún cuando en ocasiones no lo perciban los principales implicados, y con la colaboración de Juan Diego Cuauhtlatoatzin, dignifica y acredita a cada uno delante de los demás, y hace que sus existencias se unan e integren.

 

Luego de su estampación o aparición en su Sagrada Imagen, de un modo inmediato, aunque sin producir saltos bruscos, la Virgen suscita que todos los protagonistas del suceso inicial de su visita, cambien sus actitudes de modo asombroso y revolucionario. Sin que haya solución de continuidad con los modos previos de ser y relacionarse de sus hijos, la intervención de la Madre introduce con suavidad, novedades; y produce, entre los que se vinculan en el acontecimiento, acercamientos impensados desde sus solas fuerzas humanas. En el caso de haberlas, lleva a modificar conductas nocivas; y que la existencia y movimientos de todos puedan continuar, en los hechos, sin desechar las realidades fundamentales de ninguno de los otros.

 

En consecuencia, son sustanciales los cambios que produce la estampación, en las relaciones sociales de ese entonces. Debido a Ella, los servidores del obispo, en vez de hostigar al indito, lo acompañan de un modo que es percibido como ennoblecedor. Juan Diego no sólo podrá entrar ya sin dificultad al palacio del obispo; sino que, junto con su tío, varios días serán huéspedes en la casa del prelado. Este último, además, ahora sí y con relativa docilidad, se dejará enseñar por ellos tanto el lugar como el nombre del acontecimiento. De este modo, de su incredulidad inicial, pasará a la aceptación y apoyo de la palabra de los dos indios y, con ello, a autorizar y a favorecer la edificación del templo solicitado por Nuestra Señora de Guadalupe.

 

Al mismo tiempo y al mandar la Niña Celestial que sólo al obispo se entregue su señal y mensaje, él se convierte en el dueño de la Imagen guadalupana y, por lo mismo, en alguien a quien, aún cuando los había hecho o hiciera sufrir, los indios tenían ya que obedecer y seguir. Es que es presentado así ante ellos, acostumbrados a padecer en favor de los intereses divinos, como uno de esos sacerdotes prehispánicos o guías confiables, que estaban a cargo de las pinturas y conocimientos sagrados, y sin los cuales no podían concebir su existencia. Guía que, sin darse cuenta de esa autoridad con que el Sagrado Códice de la Señora lo había investido a ojos indígenas, primero lo recibió el en el oratorio de su palacio; luego lo puso en la Iglesia Mayor de la ciudad (al tiempo Iglesia Catedral) y, a los pocos días, lo acompañó hasta su casita del Tepeyac.

 

También Juan Diego Cuauhtlatoatzin es constituido por la Virgen de Guadalupe, al igual que el purpurado, en una autoridad moral de máxima jerarquía y prestigio ilimitado, al hacerlo no el dueño pero si el portador de su Estampa. Lo equipara a aquéllos que, antes de la llegada del español, cargaban las imágenes, y eran por ello tan venerados que se les llamaba “padres y madres de Dios”. Lo acredita como a uno de esos sabios que, llevando los códices, presidían toda importante empresa o peregrinación.

 

De esta manera, ya en el resto de sus días sobre la tierra, María cumplió con la promesa de glorificar al primer indio santo, para agradecerle todo su servicio y esfuerzo de obediencia, ya tan dignificador de por sí. Vemos entonces como Ella no sólo lo sacó del abatimiento e insignificancia, sino que lo colmó de plenitud, al hacerlo testigo, difusor, servidor e imitador de su amoroso proceder. Amoroso proceder que él seguirá custodiando y compartiendo con los peregrinos al Tepeyac, al tener su casa junto a la ermita de Nuestra Señora de Guadalupe. Al ser entonces el encargado de cuidar tanto el templo como la Sagrada Imagen, tareas que eran asimismo muy valoradas y enaltecedoras en la sociedad indígena.

 

Recordemos que, ya desde el inicio de su visita, cambiando la visión que Juan Diego Cuauhtlatoatzin tenía de sí y de su circunstancia (ver Esta obra, subtítulo “Segundo día”), la Amada Niña Celestial había transformado sus momentos de tristeza en felicidad; y que, cada vez que están juntos, el indio sale decidido y fortalecido a cumplir con la misión que Ella le pide. Y es este movimiento personal o vida del mensajero, el origen del que ambos participarán o transmitirán a los otros protagonistas del suceso; provocando de este modo también, que todos los que lleguemos a formar parte de él o tengamos noticias del mismo, podamos caminar con más gozo en la historia.

 

Se sugiere emplear algunos minutos para orar y meditar, en forma personal e interior, todo lo que nos va manifestando la profundidad del Nican mopohua. Luego, podrían decirse o pronunciarse las plegarias que siguen.

 

Gracias, Virgencita, por desafiarnos y enviarnos a construir una nueva realidad, tanto general como eclesial, en la cual todos podamos sentirnos y efectivamente ser parte o pertenecer.

 

Gracias, porque estás dispuesta a educarnos; a hacer crecer y plenificar nuestro ser comunitario y personal, para que podamos protagonizar mejores relaciones sociales. Por favor, que seamos dóciles a tu acción y podamos madurar; que pasando de esta forma de la tristeza a la felicidad, colaboremos en la sanación de los vínculos entre los pueblos y sus integrantes.

 

Edúcanos entonces, para que podamos vivir llenos de sabiduría y con una gran decisión por el bien. Danos, para poder existir así, la firmeza y flexibilidad del que es el Amor en sí. Ayúdanos a permanecer sólidamente enraizados en las prácticas y certezas de la vida cristiana y, por lo mismo, con la luz necesaria para nunca cerrarnos a las permanentes novedades que viven y manifiestan las culturas, personas y situaciones. Llénanos de gracia para que sepamos al mismo tiempo ser fieles, tanto a lo permanente de lo bueno y verdadero, como a sus variables o mudables formas de expresión.

 

Enséñanos a cambiar la manera de tratarnos y considerarnos entre nosotros. Ayúdanos a mirar bien a los demás y a tomar decisiones que acrecienten la solidaridad. Concédenos, por favor, como Pueblo de Dios y a cada uno en particular, dar entonces pasos hacia la superación de hostilidades, resentimientos e incomprensiones.

 

Oh Madre, suscita entre nosotros, y haz que sembremos en lo cotidiano, confianza y diálogo, para que podamos cultivar la hermandad. Que sepamos querer a los otros tal como son y que, desde ese quererlos, trabajemos desinteresadamente por su bien, donando y compartiendo lo propio, poniéndolo al servicio. Que tu hija, la Iglesia, pueda de esta forma respetar y acompañar a todos, y ser luz en el mundo de hoy, manifestando la amabilidad de Dios.

 

Partiendo de todo lo anterior, se puede dar lugar a comentarios o a preguntas de viva voz. Otra posibilidad es que, cada uno, recuerde o anote las apreciaciones o interrogantes que se le van ocurriendo, para luego compartirlas o buscar su respuesta.

 

En un momento de silencio y de encuentro entrañable con Nuestra Señora de Guadalupe y con San Juan Diego Cuauhtlatoatzin, encomendamos, perdonando y perdonándonos de corazón, a alguien con el que estemos distanciados (o tengamos alguna dificultad de relación). Además de lo anterior, o en su reemplazo, podemos suplicar por un conocido, amigo o familiar, por el cual queramos interceder. Luego podríamos tener con esa o esas personas otro gesto concreto o hacerle un favor, manifiesto u oculto.

 

En este silencio, agradecemos y pedimos además, por intercesión de Nuestra Madre y de su mensajero, lo que nos parezca oportuno.

 

Como un signo de que consagramos nuestros pueblos y personas para que se haga en todos y cada uno de nosotros el plan de Dios, mientras cantamos o leemos en voz baja la letra del poema que está a continuación, podemos pasar a ofrecer una flor a Nuestra Señora de Guadalupe y a San Juan Diego Cuauhtlatoatzin y/o a tocar o besar sus imágenes.

 

Desde el cielo una hermosa mañana (2 veces),
la Guadalupana, la Guadalupana, la Guadalupana bajó al Tepeyac (2 veces).

Suplicante juntaba sus manos (2 veces)
y eran mexicanos y eran mexicanos y eran mexicanos su porte y su faz (2 veces).

Su llegada llenó de alegría (2 veces),
de luz y armonía, de luz y armonía, de luz y armonía todo el Anahuac (2 veces).

Junto al monte pasaba Juan Diego (2 veces)
y acercóse luego y acercóse luego y acercóse luego al oír cantar (2 veces).

Juan Dieguito, la Virgen le dijo (2 veces):
“este cerro elijo, este cerro elijo, este cerro elijo para hacer mi altar” (2 veces).

Y en la tilma entre rosas pintada (2 veces),
su imagen amada, su imagen amada, su imagen amada se dignó dejar (2 veces).

Desde entonces para el mexicano (2 veces),
ser guadalupano, ser guadalupano, ser guadalupano es algo esencial (2 veces).

En sus penas se postra rezando (2 veces)
y eleva sus ojos y eleva sus ojos y eleva sus ojos hacia el Tepeyac (2 veces).

 

 

Para finalizar rezamos la siguiente oración o alguna otra que se considere apropiada.

 

Dios, Padre de misericordias, que constituyes y edificas a tu Pueblo por la visita y bajo el Amor de Nuestra Santísima Madre de Guadalupe, concédenos por su intercesión, ser una comunidad fervorosa en la fe, la esperanza y la caridad, abierta a los diferentes modos de ser y enriquecida por ellos. Una Iglesia cordial, capaz de dialogar con todos y de suscitar su protagonismo, que encarnando de este modo tu santa voluntad, y al sembrar así caminos de vida, fraternidad y felicidad, esté al servicio de impregnar de Evangelio el corazón de las culturas y de las personas.

 

Que la Madre de Jesús y Madre Nuestra nos eduque, y nos haga entonces un Pueblo de peregrinos y humildes embajadores suyos como San Juan Diego Cuauhtlatoatzin. Mensajeros muy dignos de confianza, que estando con Ella y haciéndola presente, aprendamos de los más pobres a recibir, buscar y compartir, la salvación y realidades divinas, desde nuestra particular tradición e identidad.

 

Te lo pedimos Padre, por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén.

 

 

Día final:
Advenimiento de Dios y su luz nacimiento y oración de un nuevo pueblo.

 

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

 

Mientras rezamos la siguiente oración, podemos encender una vela a Nuestra Señora de Guadalupe y a San Juan Diego Cuauhtlatoatzin.

 

Dios te salve María, llena eres de Gracia, el Señor es contigo, bendita Tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.

 

Santa María, Madre de Dios y Madre Nuestra, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.

 

A continuación, a una o a varias voces, leemos,  proclamamos o representamos el final, que sigue ocurriendo hoy, de la historia de las apariciones de Nuestra Señora de Guadalupe.

 

Y el Señor Obispo trasladó a la Iglesia Mayor la amada Imagen de la Amada Niña Celestial.

 

La vino a sacar de su palacio, de su oratorio en donde estaba para que todos la vieran, la admiraran, su amada Imagen.

 

Y absolutamente toda esta Ciudad, sin faltar nadie, se estremeció cuando vino a ver, a admirar su preciosa Imagen.

 

Venían a reconocer su carácter divino.

 

Venían a presentarle sus plegarias.

 

Muchos admiraron en qué milagrosa manera se había aparecido, puesto que absolutamente ningún hombre de la tierra pintó su amada Imagen.

 

 

Para  vivir y comprender más profundamente el desenlace de tan milagrosa historia, se pueden leer o comentar, todas o algunas, de las siguientes explicaciones.

 

Nuestra Señora de Guadalupe provocó maternalmente, con sus apariciones del año 1531, la continuación de la larga y ancestral peregrinación de los mexicas, expresión de sus raíces históricas y de su ser, pero con la novedad de unirla y asociarla con la de los nuevos habitantes llegados a su ciudad, a su mundo.

 

La Virgen del Tepeyac, Madre de todos, suscita y les muestra el advenimiento o llegada de Dios, que hace superar a los indios el sentimiento de orfandad sobrenatural que los sumía en la muerte. De este modo, a la vez y por lo mismo, al devolverles la fe y la vida o movimiento, animó su pervivencia en el mestizaje, ya sanado en Ella de sus aspectos traumáticos, de lo de ellos con lo de los europeos. Al mismo tiempo enriqueció también así, aunque de una forma imperceptible para los españoles, lo que estos traían, con lo de los indígenas.

 

Es entonces, a partir de ese mes de diciembre, en el cual la Virgencita habló a Juan Diego Cuauhtlatoatzin, su primer peregrino, y al tío Juan Bernardino, que los bautismos empiezan a tener entre los pueblos originarios de América un carácter masivo nunca antes alcanzado. Esto llevaba a plenitud los mejores deseos y aspiraciones del trabajo de muchos de los llegados desde Europa, y enaltecía enormemente a los indios.

 

En el caso de estos últimos, hacía que se percibieran a sí mismos como imitadores, colaboradores y amigos de Dios; pues ellos y sus ancestros, con el esfuerzo de su acción humana siempre fiel, habían favorecido la visita de la Madre y la venida y llegada de Dios, de Aquél que los había creado o merecido con su sacrificio y penitencia. Y nótese que lo afirmado, que predicamos a los pueblos indígenas, desde otro credo, desde su fe católica y romana, también los europeos, igualmente dignificados por Nuestra Señora, pudieron llegar a pensarlo de sí mismos, con análoga o semejante significación, ante el hecho de difundirse más y más la vida cristiana entre los indios.

 

De esta forma, la Preciosa Imagen, al mismo tiempo que afirmó y mejoró las culturas y religiosidades, a la vez tan distintas y convergentes, de indígenas y de españoles, se convirtió en su meta y punto de encuentro, en el sentido y orientación de su caminar y oración. Comenzó de este modo, transformando el doloroso choque de dos mundos en posibilidad de gozoso encuentro, a dar a luz a un México distinto.

 

Con su Acción y Pintura, Iconos de un inédito mundo enraizado en lo anterior de sus padres europeos y madres indias, comenzó Nuestra Señora de Guadalupe a parir desde el Amor, a ese pueblo que hoy, casi cinco siglos después, está en el umbral de aceptarse y reconocerse como tal. Su Imagen y ermita del Tepeyac se erigieron entonces, y lo siguen siendo, en el antiguo y original lugar hacia el cual ir, el rumbo y sitio donde se encuentran para siempre el don de Dios y los esfuerzos de los hombres.

 

Flor y Canto de felicidad permanente y señal cumplida: La Virgen Morena, asumiendo en sí misma las tradiciones de sus interlocutores y abriéndolas a lo diferente, se erigió en su único destino o tonalli; es decir, en la fuente de vida, de energía, de luz y de calor de todos ellos. Trayendo al que es el Día por sí mismo en su seno, Ella marcaba el amanecer y comienzo de un nuevo período del cosmos y del movimiento de los seres humanos. Nuestra Madre se convirtió así en la matriz y el núcleo en torno al cual habría de originarse y gravitar la esencia misma y la historia posterior de todos los habitantes del lugar. A tal punto, que tanto ellos como sus descendientes, no podrán ya jamás concebir su vida sin referencia al acontecimiento guadalupano.

 

Para la mentalidad de los indígenas, muy dispuestos a levantar templos, la construcción de uno, por más pobre que éste fuera, se identificaba con la fundación de una nación. Es así como con la edificación de la ermita de Nuestra Señora, comenzaba a fraguarse también el nacimiento de otra sociedad. Y es por todo lo anterior, que su Imagen y su Casita Sagrada, logran unir a las mujeres y hombres de ese tiempo, poniéndolos en camino de crecer como un nuevo pueblo o templo, a la vez material y espiritual.

 

Ocurre también, reforzando lo ya explicitado, que si bien la ermita es de Ella, que la pide y la promueve, no es para Ella, sino para mostrar a su Hijo y para restauración y gloria de los hijos, de todos aquéllos, sea cual fuere su origen, a quienes se concede el honor de colaborar en su construcción y epifanía. Y en nuestros días, cada vez más grandes multitudes vienen a admirar a Nuestra Señora de Guadalupe, a estremecerse ante su Imagen y a rezarle, a contemplarla y presentarle sus plegarias en su Casa del Tepeyac

.

Ya para el año 1556, concurrían muchísimas personas de diferentes razas y condiciones. Esa devoción y masiva concurrencia, el peregrinar y el constante e ininterrumpido aumento de la popularidad de la Amada Niña Celestial, están acreditados por numerosísimas fuentes históricas, pero, sobre todo, por la memoria viva de los hijos que Ella hizo y sigue haciendo nacer. De este modo, la primera ermita, inicia la serie de cada vez más amplios templos, que se han construido sucesivamente para albergar a su Preciosa Pintura y a ese pueblo siempre creciente y educado por Nuestra Madre.

 

Se sugiere emplear algunos minutos para orar y meditar, en forma personal e interior, todo lo que nos manifiesta la profundidad de la culminación, siempre actual, del Nican mopohua. Luego, podrían decirse o pronunciarse las plegarias que siguen.

 

Gracias, Virgencita, por ser dócil a Dios y concedernos el regalo de haberte constituido en el seno materno de este nuevo pueblo, que sigue en gestación. Gracias por quedarte con nosotros, gracias por tu Imagen y presencia, que nos sigue haciendo familia y conformando como comunidad. Gracias, porque al mirarnos y alimentarnos con tu Amor, nos sigues dando a tu Hijo y nos haces sus miembros vivos. 

Gracias, porque continúas en nuestros días ese milagro de evangelización y pedagogía inculturadas, esa visita y plegarias que siguen plenificando lo bueno de cada uno para unirlo a lo mejor, también ya fecundado, de lo de los otros. Gracias, Madre, por ese final de diálogo y oración; por este final abierto, que sigue ocurriendo y siendo hoy, en cualquier lugar del mundo en que se establezca a tu Imagen Amada o se cuente tu historia. 

 

Gracias, Señora, porque tu persona es nuestra luz, el lugar y el punto de encuentro y coincidencia, que nos abre a la posibilidad de reconocernos y tratarnos como miembros del único, pero multicolor y pluricultural, Pueblo de Dios. Condúcenos, por favor, querida Niña Celestial, a estar contigo, a admirarte y a rezar. Concédenos la gracia de recibir así a la Fuerza y el Calor que vienen de lo alto, a Jesús, para poder comprometernos con la historia y ser capaces de compartir y construir hoy, en la cordialidad con todos y abiertos a su consumación en la eternidad, un destino común, de paz y vida plena.

 

Haz que podamos recrearnos en ti, Madre Santa, para que el Tepeyac, la anticipación del cielo en la tierra, se concrete y se agrande más y más en nuestra actualidad.

Partiendo de todo lo anterior, se puede dar lugar a comentarios o a preguntas de viva voz. Otra posibilidad es que, cada uno, recuerde o anote las apreciaciones o interrogantes que se le van ocurriendo, para luego compartirlas o buscar su respuesta.

 

En un momento de silencio y de encuentro entrañable con Nuestra Señora de Guadalupe y con San Juan Diego Cuauhtlatoatzin, rezamos para que haya más ermitas y templos en su honor y por los peregrinos a las mismas. Suplicamos también por las novenas y las fiestas con que se los celebra y por todos los que las preparan o a ellas concurren. Luego, podríamos participar e invitar a algún otro a hacerlo, en alguna peregrinación, plegaria o fiesta, o en la construcción de una ermita o templo dedicado a la Virgencita, a Juan Dieguito, o a los dos.

 

En este silencio, agradecemos y pedimos además, por intercesión de Nuestra Madre y de su mensajero, lo que nos parezca oportuno.

 

Como un signo de que consagramos nuestros pueblos y personas para que se haga en todos y cada uno de nosotros el plan de Dios, mientras cantamos o leemos en voz baja la letra del poema que está a continuación, podemos pasar a ofrecer una flor a Nuestra Señora de Guadalupe y a San Juan Diego Cuauhtlatoatzin y/o a tocar o besar sus imágenes.

 

Desde el cielo una hermosa mañana (2 veces),
la Guadalupana, la Guadalupana, la Guadalupana bajó al Tepeyac (2 veces).

Suplicante juntaba sus manos (2 veces)
y eran mexicanos y eran mexicanos y eran mexicanos su porte y su faz (2 veces).

Su llegada llenó de alegría (2 veces),
de luz y armonía, de luz y armonía, de luz y armonía todo el Anahuac (2 veces).

Junto al monte pasaba Juan Diego (2 veces)
y acercóse luego y acercóse luego y acercóse luego al oír cantar (2 veces).

Juan Dieguito, la Virgen le dijo (2 veces):
“este cerro elijo, este cerro elijo, este cerro elijo para hacer mi altar” (2 veces).

Y en la tilma entre rosas pintada (2 veces),
su imagen amada, su imagen amada, su imagen amada se dignó dejar (2 veces).

Desde entonces para el mexicano (2 veces),
ser guadalupano, ser guadalupano, ser guadalupano es algo esencial (2 veces).

En sus penas se postra rezando (2 veces)
y eleva sus ojos y eleva sus ojos y eleva sus ojos hacia el Tepeyac (2 veces).

 

Para finalizar rezamos la siguiente oración o alguna otra que se considere apropiada.

 

Dios, Padre de misericordias, que constituyes y edificas a tu Pueblo por la visita y bajo el Amor de Nuestra Santísima Madre de Guadalupe, concédenos por su intercesión, ser una comunidad fervorosa en la fe, la esperanza y la caridad, abierta a los diferentes modos de ser y enriquecida por ellos. Una Iglesia cordial, capaz de dialogar con todos y de suscitar su protagonismo, que encarnando de este modo tu santa voluntad, y al sembrar así caminos de vida, fraternidad y felicidad, esté al servicio de impregnar de Evangelio el corazón de las culturas y de las personas.

 

Que la Madre de Jesús y Madre Nuestra nos eduque, y nos haga entonces un Pueblo de peregrinos y humildes embajadores suyos como San Juan Diego Cuauhtlatoatzin. Mensajeros muy dignos de confianza, que estando con Ella y haciéndola presente, aprendamos de los más pobres a recibir, buscar y compartir, la salvación y realidades divinas, desde nuestra particular tradición e identidad.

 

Te lo pedimos Padre, por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén.

 

 

 

 

Apéndice: Pascua, camino recorrido y a seguir

 

“...‘la ruptura entre Evangelio y cultura es sin duda alguna el drama de nuestro tiempo’. [...] El Hijo de Dios, al asumir la naturaleza humana, se encarnó en un determinado pueblo, aunque su muerte redentora trajo la salvación a todos los hombres, de cualquier cultura, raza y condición. El don de su Espíritu y su amor van dirigidos a todos y cada uno de los pueblos y culturas para unirlos entre sí a semejanza de la perfecta unidad que hay en Dios uno y trino. Para que esto sea posible es necesario inculturar la predicación, de modo que el Evangelio sea anunciado en el lenguaje y la cultura de aquellos que lo oyen…”
Ecclesia in America, n. 70

 

 

 

Para una comprensión más profunda

 

En suma, el contenido integral de esta Novena, nos ayuda a desprender, partiendo de una síntesis de su esencia, protagonistas y temas centrales; algunas consecuencias existenciales y entitativas para nuestro contexto, del gran acontecimiento americano, de este magno suceso que cambia la historia de nuestro continente y del mundo.

 

Contemplamos ya que luego de la Estampación, que es entonces el punto de inflexión de todo lo que se cuenta, el momento cumbre y bisagra de la historia, tanto las intervenciones del obispo y sus cercanos, como los resultados de las mismas, comienzan milagrosamente a tener características semejantes a las de la Madre de todos, comienzan a ser factores de Pascua.

 

Para aprovechar más lo sugerido a través de los días, para mejor favorecer el paso de muerte a vida, en lo poco o mucho que dependa de las decisiones de nuestras comunidades y/o de cada uno, cuándo volvamos a recorrer la Novena, nos puede servir tener en cuenta todo o algo de los siguientes contenidos. Como decíamos en la Introducción, los mismos pueden ayudarnos a una mayor apropiación vital y comprensión del milagro guadalupano.

 

 

 

 

Palabra, códices o escritura y vida

 

Hasta la llegada del español, en la sociedad india a la que pertenecieron San Juan Diego Cuauhtlatoatzin y el autor del Nican mopohua, la finalidad del templo- escuela Calmécac era educar a los futuros miembros de la clase dirigente, que concentraba en sus manos el poder religioso, político, económico y militar. Era la casa sagrada y de cultura en la que se formaban los gobernantes, los que habían recibido el alto encargo del Estado, como oráculos de Dios o transmisores de sus designios, de expresar la fe de toda la comunidad y de guiarla por medio de la palabra.

 

Palabra, que en sus formas oral, pronunciada o cantada, y escrita, plasmada en pinturas o códices, era entonces un instrumento de los poderosos para señalar el rumbo al pueblo, que siendo obediente a sus autoridades, podía aspirar a realizar el destino que el Ser Supremo les había prometido.

 

Se buscaba así, entre otros aspectos, que los futuros líderes, llegaran a ser sabios y maduros maestros de la palabra, que aprendieran a utilizarla adecuada y dignamente, diciendo lo que ayudara a dar plenitud y contento a toda la gente. Que fueran al mismo tiempo hábiles para interpretar y crear escritos sagrados, coherentes con su ideología, y al servicio de esa misión de gobernar y conducir.

 

La vida perdía sentido, y el grupo identidad, si no era posible conocer y expresar su ubicación cosmológica y social, la posición que ocupaba dentro de la trama de las leyes del universo y de la historia. Y en esta cuestión, la utilización de la palabra entendida como memoria, comentario y metáfora del pueblo, era fundacional en el origen, sostenimiento y permanencia de la cultura o ciudad y del cosmos en general. Al perpetuar las tradiciones y prever lo posterior, mantenía o restablecía el orden e indicaba los caminos para concretar el equilibrio de lo existente y la unidad colectiva.

 

De este modo, la palabra, en sus diversas formas, fijaba la peregrinación de todos y cada uno. Signo eficaz y rito, era religiosa y salvadora, manifestación y seguridad de supervivencia e inmortalidad. Y a tal punto, que su gran poder era superior a cualquiera de las calamidades que pudieran atentar contra la vida y la existencia.

 

En este marco general, para ellos, sobre todo lo conservado en los códices o escritos, regía el comportamiento pasado, presente y futuro del universo y de la totalidad de lo humano. Es que por medio de estos documentos o pinturas, fijaban su trayecto y conocimientos, generando tradiciones de carácter compartido o impuesto. Minuciosamente registraban en ellos, de los sucesos principales y más relevantes, día, año, lugar, nombre de sus protagonistas y detalles importantes de su acción.

 

En correspondencia con lo anterior, sobre todo leyendo o haciendo hablar a los códices, los maestros indios mediaban la enseñanza del tesoro cultural de su pueblo. Aunque también utilizaban representaciones dramáticas, danzas y música, principalmente lo hacían comentando o cantando lo que estaba escrito en esos libros o lienzos, en los que dibujaban las pinturas que plasmaban y preservaban gráficamente su sabiduría.

 

Como esa escritura con glifos o pinturas era aún deficiente para proporcionar unidad orgánica a lo que consignaba y luego se quería transmitir, pues no tenía capacidad de retener y expresar la totalidad de los aspectos morales y sentimentales que se deseaban inculcar y cultivar, las intervenciones orales de los sabios remediaban dichas deficiencias. Lo dicho por los maestros, a la vez que se apoyaba  en los dibujos, hacía inteligible lo graficado en los manuscritos prehispánicos.

 

Así, la palabra oral, aclaraba los hechos inmodificables, que los códices habían fijado de manera precisa, y desalentaban e impedían cualquier tipo de interpretación heterodoxa. Se recurría al aprendizaje mnemotécnico de estos datos suplementarios; aprendizaje que aumentaba la capacidad y rendimiento de la memoria, utilizando frases rítmicas para la realización de los comentarios de lo pintado.

 

Culminado el período prehispánico, perdida su autonomía, los indios intentaron conservar el legado de sus ancestros, pasando a la escritura fonética lo que consignaban los antiguos códices o sus tradiciones orales memorizadas. En la realización de esta tarea, poco a poco, el uso del alfabeto latino, que aprendieron de los misioneros, se va imponiendo para preservar y transmitir sus composiciones. En un primer momento, antes de llegar a suplir totalmente a las pinturas, su utilización las acompaña. Aparecen así en ese período, junto a los jeroglíficos indígenas, palabras o textos escritos en idioma náhuatl, empleando las letras del mencionado abecedario.

 

Y si bien el relato de las apariciones de Nuestra Señora de Guadalupe a San Juan Diego Cuauhtlatoatzin, el Nican mopohua, escrito con caracteres latinos y utilizando el elegante náhuatl que hablaban los aztecas (probablemente sobre papel hecho con pulpa de maguey o con la corteza y albura del amate), no es la lectura y trascripción de un códice elaborado en la época prehispánica, si lo es del códice guadalupano o imagen de la Virgencita del Tepeyac, no pintada por mano humana, en la tilma o manta del indio.

 

En ese documento, el Nican mopohua, que hemos hecho plegaria, y al cual los investigadores más sabios le atribuyen una autoridad única y decisiva, se registraron tanto las palabras y mensaje que brotan de los grifos de Nuestra Madre, como de lo relatado por su santo mensajero y por el anciano tío Juan Bernardino; es decir, la tradición y transmisión oral que explicaba el anuncio que Ella, en su Sagrada Imagen, había concentrado, grabado y compartido para siempre.

 

El Códice 1548 (por el año de su realización, que se exhibe en la parte superior central del mismo) o Códice Escalada (en referencia al apellido de su difusor en la actualidad), parece ser el término medio o transición entre el Sagrado Ayate Guadalupano y el Nican mopohua. Su autor consigna, por medio de glifos mexicas y palabras en náhuatl utilizando el alfabeto latino, datos certificados por autoridades de ese entonces, tanto de las apariciones de la Amada Niña Celestial como del primer indígena canonizado.

 

 

 

 

Autor y Género literario del Nican Mopohua

 

Coincidimos, con diversos investigadores (la mayoría de los modernos y la totalidad de los antiguos), en considerar como posibilidad más segura que el Nican mopohua fue compuesto, al igual que el Códice 1548, y también a mediados del siglo XVI, por Don Antonio Valeriano. En todo caso, y aunque no fuera exclusiva su autoría del relato que hemos hecho Novena, prácticamente no existen dudas de que este indígena de raza tecpaneca, muy culto, nacido en Atzcapotzalco entre los años 1516 y 1526, fue al menos uno de sus coautores y su redactor.

 

Si bien no era de una familia de la nobleza americana, al casarse con doña Isabel Huanitzin pasó a ser  sobrino del emperador Moctezuma y posiblemente también sobrino político de Juan Diego Cuauhtlatoazin. Reconocido por su elevada capacidad intelectual, fue un excelente alumno, investigador y maestro del Colegio de la Santa Cruz de Tlatelolco.

Dicha institución educativa, funcionó en las mismas instalaciones en las que antes lo había hecho el templo-escuela Calmécac de ese lugar. Con fines análogos, en cuanto buscaba formar también futuros líderes, fue una iniciativa brillante para esa  época. En sus claustros, a los que debemos mucha información sobre el México precolombino, se dio un diálogo y mutua asimilación entre culturas diversas. Eso sí, esto ocurrió como resbalón no controlado, es decir, de forma fortuita y como consecuencia no deseada, y no porque se buscara intencionadamente un intercambio o hibridismo entre lo traído por los españoles con lo de los naturales de América.

 

Comprometido con los intereses de su pueblo y con la defensa de los mismos, Valeriano también incursionó en el campo político y ocupó un lugar destacado y distinguido en esa sociedad que empezaba a surgir. Se desempeñó como gobernador de indios en México, desde el año 1573 hasta el momento de su muerte (ocurrida en el año 1605), siendo muy querido tanto por los de su raza, como por los representantes de la corona e hispanos en general.

 

El relato lo muestra como un perfecto conocedor de la teología católica y de la sabiduría y psicología de su cultura de origen; como un cristiano sincero, y a la vez, muy consustanciado con diversos aspectos del pensamiento indígena. En consonancia con todo lo expresado, su obra lo revela entonces como un hombre de dos mundos diversos, que logra describir cómo los une, haciendo que se encuentren y mezclen etnias, tradiciones e ideas provenientes de cada uno de los mismos, y en su caso sí con toda intención y no como dinámica no deseada, la intervención de Nuestra Señora de Guadalupe. Intervención que de esta forma entonces, mejoraba y trascendía incluso a la pedagogía del Colegio de la Santa Cruz, una de las mejores (sino la mejor) de su tiempo.

 

La narrativa de la obra, en la que aparecen coordenadas de referencia y localización, que indican que se estaría escribiendo precisamente desde Tlatelolco, lo revela entonces, contemplada desde su horizonte cultural originario, como un escritor mentalmente mestizo. Como un autor partícipe de la circunstancia que se da luego del contacto entre los españoles y americanos; pero que se manifiesta, al mismo tiempo y con rigor, como un pensador nahuat. Es que Valeriano, para concretar su descripción o transmisión, elabora un tlahtolli o narración con abundantes características temáticas, estilísticas y estructurales propias de los diversos subgéneros narrativos prehispánicos.

 

Y si bien lo anterior, no es obstáculo para que se manifiesten en el Nican mopohua algunas particularidades propias de los cuícatl o cantos indígenas, es propiamente y sin duda una narración. Hemos visto, al meditar su contenido, cómo presenta una serie de hechos sucesivos, que ocurren en distintos lugares y tiempos que se enuncian con precisión, hasta alcanzar una plenitud de sentido. Y todo para relatar un acontecimiento originario, y acciones protagonizadas por personajes nobles o vinculados de modo diverso con Dios y la cultura. Así, cuenta y dice sobre ellos, lo que hicieron y el fruto de su acción, manifestando a la vez una profunda conciencia histórica, ocupación por conocer el destino y por el culto religioso.

 

Aflora en su textualidad, como en toda la narrativa india, la utilización de elementos concretos o metafóricos, para expresar y alcanzar a través de ellos sutiles abstracciones. Lo que se transmite se organiza acumulando predicados, atribuciones o explicitación de circunstancias o rasgos, para decir mucho, pero en forma gradual y paso a paso. Además, se realizan múltiples descripciones para expresar un hecho o idea desde muy variados puntos de vista.

 

Incluye muchas veces difrasismos y paralelismos, lo cual es muy relevante si consideramos que la estructura de su cultura exigía, que la comunicación más importante o el pensamiento que se deseaba destacar, se concretara en base a estos recursos o procedimientos. El primero,  consiste en expresar una misma idea por medio de dos palabras o símbolos yuxtapuestos (flechas y escudos -ver Esta obra, subtítulo “Segundo día”-, flor y canto -ver Esta obra, subtítulo “Séptimo día”-, rostro y corazón -ver Esta obra, subtítulo “Noveno día”-), que se completan o complementan en el sentido, ya por ser equivalentes, ya por ser adyacentes, y de los que brota una particular significación. El paralelismo, que es un desarrollo de lo anterior, consiste en el uso de dos expresiones paralelas, que reiteran una idea; es decir, en aparear dos frases complementarias, generalmente sinónimas, que iluminan desde doble perspectiva lo que se quiere decir.

 

 

 

Trasfondo religioso y escolar

 

La consideración de los problemas de autoría y género literario del Nican mopohua, ofrece un doble trasfondo religioso y educativo. Valeriano se formó y trabajó en el colegio de la Santa Cruz de Tlatelolco, iniciativa evangelizadora que propició de hecho, tanto la conservación del pasado de los americanos como la difusión de las novedades traídas por los europeos. Es decir, en el ambiente de esa institución escolar, en la que se recibía lo propio de los recién llegados, pero sin dejar de abrazar la antigua sabiduría de los indígenas y sus formas de expresión.

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En tiempos prehispánicos, los indios, que concedían valor salvador a la palabra, aprendían en el templo-escuela Calmécac (en y sobre el de Tlatelolco se erigió el Colegio de la Santa Cruz), a realizar composiciones que al mismo tiempo conservaran sus tradiciones y las hicieran crecer. El Nican mopohua, considerando su tema, estructura y estilística, según los géneros literarios indígenas, es un tlahtolli o narración.

 

 

 

Código interno y caracterizaciones

 

Todo relato o discurso posee una armonía que no es fruto de la simple suma de proposiciones. Tiene una organización que siendo inherente a todo sistema de sentido, en su caso, va más allá de la frase.

 

Dando un paso más, lo que queremos destacar en este momento, es que la organización propia y estructura literaria del texto tlahtolli del Nican mopohua; es decir, su código interno, es en sí mismo pedagógico. Es por esto también, entre otros factores, que la meditación de las principales acciones que nos relata y de los paradigmas de acción que contiene, nos abre a la posibilidad de hacer súplicas, reflexiones y planteos, que favorezcan la mejor vivencia de los hechos educativos que nos toca protagonizar. Nos abre a la ocasión, como hemos podido comprobar al transitar el novenario, a aproximarnos a concretar nuestros acontecimientos evangelizadores, en la línea de lo que nos desafía a ser, encarnar y buscar el milagro del Tepeyac.

 

Es que sus grandes escenas o secuencias, correspondientes a los encuentros de Juan Diego con Nuestra Señora de Guadalupe y a sus entrevistas con el obispo, se estructuran con momentos que son análogos a los que se dan en todo acontecimiento educativo, asistemático o sistemático, sea cual fuere. De modo idéntico, en ambos casos, se suceden y reproducen en su interior unidades lógicas o sub-escenas de aproximación, desarrollo y desenlace. Las mismas, antes de que, entre flores (ver Esta obra, subtítulo “Séptimo día”), Ella se pinte en la tilma (ver Esta obra, subtítulo “Octavo día”), se plasman eso sí, según dos modelos pedagógicos contradictorios.

 

Y es por esto último que los encuentros de Juan Diego con Nuestra Señora de Guadalupe o sus entrevistas con fray Juan de Zumárraga, antes de esa estampación,  tienen un carácter marcadamente antitético u opuesto. En toda ocasión, las acciones de la Virgen realmente hacen muy fácil el acercamiento y el estar con Ella al indio, a tal punto que incluso le habla con el mismo ambiente, o lo “espera”, o bien se “cruza” en su camino cuando éste la pretende evitar. Por el contrario, antes de que la Niña Celestial regale su Imagen, la narración muestra al vidente del Tepeyac dirigiéndose a la presencia del obispo pero padeciendo hechos que dificultan su acceso a él. Las conversaciones en los encuentros con la Madre, parten de su confianza en el indígena y de escucharlo; entonces su palabra lo dignifica y da lugar a su despliegue y acción (ver Esta obra, subtítulo “Primer día”); o, por el contrario, tienen su raíz en la sospecha de los europeos y adquieren un carácter inquisitorial (ver Esta obra, subtítulo “Segundo día”). Así, y como consecuencia de todo lo anterior, confiado y feliz se va Juan Dieguito luego de estar con la Reina del Cielo, abatido y triste tras pasar por el palacio episcopal.

 

Observamos de esta forma, al considerar los sucesos detenidamente, que entre otros aspectos, se puede identificar o caracterizar a la Virgen Morena con el amor compasivo y atrayente, a su mensajero con una obediencia reflexiva, al anciano tío con el ser testigo calificador de la palabra de su sobrino. Al obispo, con la incredulidad desconfiada y la fe activa y entusiasta; y a sus próximos y ayudantes, con el hostigar y perseguir hipócrita o acompañar respetuoso y generoso, según los consideremos, antes o después de que se quede en la tilma del indio la Persona de la Amada Madre de Dios.

 

De los diversos protagonistas capitales que participan en la historia del milagro, Nuestra Madre de Guadalupe (ver Esta obra, subtítulo “Tercer día”) es entonces el más importante, en tanto y en cuanto es la heroína que conduce a pasar de una situación de paz mortal, como la del sepulcro, a una de paz de plenitud, propia del Resucitado. Ella es ayudada en su deseo de que todos sus hijos sean más felices y se traten como hermanos, recibiendo al Hijo y su salvación (ver Esta obra, subtítulos “Noveno día” y “Día final”), aunque de distinto modo, por sus colaboradores y enviados: Juan Diego Cuauhtlatoatzin (ver Esta obra, subtítulo “Cuarto día”) y su tío Juan Bernardino (ver Esta obra, subtítulo “Sexto día”). También, hacia el final, por el destinatario inicial de su mensaje, el obispo Zumárraga, y por las personas cercanas a él, que anteriormente se oponían. El primero con algo de comprensible prudencia y los últimos, con una cuota de agresividad y malicia, no presente en el prelado (ver Esta obra, subtítulo “Quinto día”).  

 

 

 

Estructura educativa y posibilidad

 

En la cultura mexica conservaban y protegían lo que consideraban necesario y clave para su vida social y la existencia de todo, por mediación de la palabra oral y la composición escrita. Antonio Valeriano se expresa entonces desde esa concepción y con su lógica discursiva propia; y el Nican mopohua busca así perpetuar, con toda su eficacia salvadora, con todos sus sentidos y connotaciones históricas, cósmicas y sagradas, el acontecimiento guadalupano. Este hecho o suceso que reinterpretó lo indio y lo español poniéndolo en diálogo y al servicio de un horizonte común.

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El texto del Nican mopohuareproduce y reitera momentos de aproximación, desarrollo y desenlace, que son análogos a los que componen cualquier hecho evangelizador y/o educativo. Esto favorece la posibilidad de extraer plegarias y conclusiones pedagógicas que nos orienten, como Pueblo de Dios, hacia una evangelización inculturada.

 

 

 

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